domingo, 5 de mayo de 2013

Significante Nº 1.382



Denomínase  «robo por interpretación» cuando el malviviente interpreta que un bien desprotegido es en realidad la donación de un filántropo anónimo.

El efecto negativo del aumento salarial



 
La desmotivación ante un incremento salarial ocurre porque el dinero «roba» la paternidad de lo que se hace con amor.

No puedo fundamentar por qué asocio estos dos temas pues el vínculo es notoriamente irracional y difícil de compartir. Lo cierto es que para mi cerebro están vinculados.

Por una lado recuerdo que ante las primeras salas de cine, nueve de cada diez observadores aseguraron que ese invento decretaba la muerte del teatro, pero los futurólogo no vieron realizado su vaticinio.

Por otro lado recuerdo que ante los primeros supermercados, nueve de cada diez observadores aseguraron que a los pequeños comercios les quedaba poca vida, pero los agoreros, no solo se frustraron sino que ahora son los supermercados y shoppings los que están dando muestras de anemia.

Por otro lado recuerdo que ante las primeras manifestaciones de Internet, nueve de cada diez observadores aseguraron que estábamos ante la agonía del libro de papel, pero los fatídicos augurios, no solo se frustraron sino que ahora tuvieron que inventar la tablet porque el predominio del libro tradicional no para de crecer.

Lo que no puedo explicar es porqué estos hechos podrían estar vinculados a otra creencia igualmente indemostrada.

Según esta creencia las personas rendimos en proporción al dinero que ganamos. Se supone que el ser humano rinde más si gana más, pero los resultados no son esos. Los resultados son tan extraños que ni los mismos interesados en ganar más dinero por su esfuerzo logran entender por qué ante cada aumento salarial su desinterés por la tarea aumenta desproporcionadamente.

Aunque no puedo explicar por qué mi cerebro asocia el fracaso de las premoniciones con esta irracionalidad en la conducta laboral podría sugerir una hipótesis más o menos aceptable.

Hipótesis: El dinero «roba» la paternidad de lo que se hace con amor.

(Este es el Artículo Nº 1.855)

Los celos de Mariana




— Por qué no hacés como yo —le dijo Mariana después de pensarlo un poco pues su hermana menor era atrozmente religiosa y llena de remilgos.

— ¿Qué fue lo que hiciste, vos? —preguntó la muchacha sin dejar de llorar por la infidelidad del hombre que eligió para que fuera el padre de sus hijos.

— Al principio me propuse cortarle los huevos mientras estaba dormido —continuó Mariana. — Te juro que fui hasta la cocina, agarré el Tramontina (1) más nuevo y me vine con él para el dormitorio aprovechando que el desgraciado dormía totalmente en pedo y en bolas, por el calor.

Los ojos de la muchacha se secaron repentinamente por el estupor. No podía creer que aquella mujer que había jugado a vestir muñecas, que le gustaba hacer de doctora y que daba inyecciones usando un lápiz, ahora pudiera estar contándole la salvajada que tuvo en mente.

— Cuando llegué al dormitorio con el Tramontina, calculé los movimientos rápidos que tenía que hacer para que no se despertara y me agarrara la mano del cuchillo. Después me acordé de cuando vos te lastimaste con una botella rota y fui hasta el baño para traer bastante algodón con agua oxigenada.

La joven tragaba saliva, estrujaba el pañuelo  que había usado para secarse las lágrimas. La fuerza que hacía con las piernas cruzadas podría haber roto una nuez, como en Noche Buena.

— Cuando ya tenía todo pronto para cortarle los huevos y se dejara de joder con otras mujeres, el maldito se acomodó, cambió de posición, como si supiera qué le estaba por pasar. Ahí me enfrié, pensé que eso era un aviso de la virgen, dejé el Tramontina sobre la mesita, y seguí preguntándome: ¿Cómo hago para que este imbécil pare de cogerse a todas las minas que se le cruzan?

Algo en el rostro de la joven denotaba que la idea de Mariana ya no le parecía tan descabellada, tragaba menos saliva y se cruzó de brazos como para entender mejor la receta.

— Ahí me di cuenta que la estúpida era yo porque quiero tener más hijos con él, por lo menos dos más, entonces encontré la solución que me salvó. Le rompí las pelotas para que nos endeudáramos y después le dije que fuera a robar, que no fuera cagón, que hiciera como el marido de la Rosa, que les daba una vida de reina a ella y a los chiquilines (2). Por eso ahora está en cana.

— ¿No me digas que vos fuiste la culpable de que él robara? —dijo la muchacha recobrando el estupor.

— Claro, ahora se lo cogen los presos pero no me importa. En alguna visita conyugal cuando esté ovulando, no me cuido y así tengo más hijos de él... ¡Son tan preciosos y sanitos...!

(1) Marca de utensilios de mesa, en este caso se refiere a un cuchillo.
(2) Hijos, niños.

(Este es el Artículo Nº 1.867)

El apoderamiento de riquezas o de personas

 
El repudio al apoderamiento de riquezas nos dificulta ver cómo los cónyuges se apoderan mutuamente, restándose libertad como si estuvieran encadenados.

La avaricia es una característica humana responsable de pequeños y grandes males. Es tan condenable que la mitad de los diez mandamientos refieren a ella de una u otra manera.

6.    No cometerás actos impuros
7.    No robarás.
8.    No dirás falsos testimonios ni mentiras.
9.    No consentirás pensamientos o deseos impuros.
10. No codiciarás los bienes ajenos.

Este patético vicio puede definirse brevísimamente como «el afán excesivo de poseer y de adquirir riquezas para atesorarlas o la Inclinación o deseo desordenado de placeres o de posesiones».

Desde el punto de vista de la economía los avaros generan un distorsión en el mercado porque acaparan dinero, sacan riqueza de circulación (ahorran), sus actividades son desproporcionadas pues cada avaro trabaja, produce y guarda como si fueran varios ciudadanos normales.

La locura del codicioso puede alcanzar a un deseo descontrolado de poseerlo todo, hasta el mismo planeta si pudiera.

También puede ser pensada como una deformación del instinto de conservación.

No faltan quienes la consideran una virtud en razón de la modestia, la austeridad, el ascetismo y el rigor de su disciplina.

Esta obsesión por poseer está naturalmente asociada a un terror permanente a ser robado.

Nuestra cultura occidental y cristiana ha demonizado impiadosamente esta característica psicológica de los avaros.

Algo no me gusta de esta condena cerrada, que prácticamente dedica la mitad de los diez mandamientos.

Mi hipótesis dice que hemos considerado aceptable que los cónyuges se celen ferozmente, admitiendo que se consideren propietarios recíprocos, aunque con especial hincapié en la propiedad de la mujer por parte del varón.

El repudio al apoderamiento de riquezas nos dificulta ver cómo los cónyuges se apoderan mutuamente, restándose libertad como si estuvieran encadenados.

(Este es el Artículo Nº 1.846)


Una contradicción cultural y la delincuencia



 
Con el demonizador título de «Enemigo Público Número Uno» nuestra contradictoria cultura llena de gloria y de dinero a los peores delincuentes.

Aunque suene insólito, en el fondo más reservado de nuestra psiquis sentimos que más prestigioso que el Premio Nobel o que el Oscar, es ser «Enemigo público número uno».

Esa condecoración le fue otorgada por primera vez al legendario mafioso Al Capone en 1930, cuando en una lucha con su competidor ametralló contra un muro a siete personas.

A cualquier psicoanalista se le llena la cabeza de infinitas interpretaciones al saber que esa masacre ocurrió un Día de San Valentín (día de los enamorados para los anglosajones).

84 años después de aquella consagración que los gobernantes de Chicago le concedieron a Al Capone, nuevamente elevan al podio de los peores al narcotraficante mexicano Joaquín «El Chapo» Guzmán.

Quizá para conservar la proporcionalidad con la creciente población mundial, este delincuente ha matado a miles de personas, en forma de daños colaterales a la importación de cientos de toneladas de marihuana, cocaína, anfetaminas y heroína.

Nuestras mentes aman las competencias, las luchas, los enfrentamientos, sin importar que sean verdaderos o virtuales.

Me rectifico: si las muertes son verdaderas las preferimos a las ficticias.

Esas toneladas de estupefacientes que entran a Estados Unidos atienden pedido concretos de ciudadanos consumidores que trabajan honestamente para tener dinero y comprar sustancias que exciten su cerebro placenteramente.

La divertida competencia se produce porque a unos cuantos gobernantes se les ocurre oponerse a que esos ciudadanos consumidores que trabajan honestamente hagan con sus vidas lo que les dé la gana.

La prohibición aumenta el interés, la demanda, los precios, el lucro y el interés por participar en el negocio del tráfico ilegal.

Nuestra contradictoria cultura llena de gloria y de dinero a los peores delincuentes.

(Este es el Artículo Nº 1.882)