Nuestros conflictos afectivos ocurren porque finalmente no
sabemos cuándo amamos naturalmente y cuándo amamos porque la educación nos lo
impuso.
De forma similar a como existe una Naturaleza
que nos impone ciertas circunstancias (ley de la gravedad, hambre, instinto de
conservación) y una cultura que nos impone otras diferentes (vestimenta, leyes
de convivencia, tecnologías de la información), los humanos tenemos un conjunto
de sentimientos naturales, (egoísmo, amor hacia quienes necesitamos, tristeza
ante las pérdidas), que conviven con otros obligatorios (solidaridad, honestidad,
respeto).
La oposición que existe entre estas
circunstancias naturales y las culturales o la oposición que existe entre
nuestros sentimientos naturales y los obligatorios, aparecen en nuestra psiquis
bajo la forma de un conflicto, como no podría ser de otra manera.
En los conflictos, suele haber un ganador y un
perdedor.
Si un partido de gobierno recibe las críticas
de los partidos de oposición, el conflicto es permanente porque uno detenta el
poder y el otro no. Si un boxeador se toma a golpes de puño con una anciana que
se resiste a que el primero le robe la cartera, es muy probable que el
conflicto sea circunstancial y termine en pocos segundos.
Los conflictos que tenemos instalados en la
psiquis son permanentes porque la Naturaleza no para de presionar para que la
obedezcamos y la cultura hace otro tanto, con mucho poder momentáneo (amenazas,
multas, castigos) aunque a la postre la Naturaleza tiene la última palabra
porque quienes insisten durante demasiado tiempo en oponerse a ella, terminan
falleciendo.
Los niños conocen instintivamente las leyes
naturales más elementales (respirar, comer, evacuar) y aprenden las culturales
de los adultos.
Los niños consideran «seres queridos» a quienes necesitan para
algo: La madre es esclava, las mascotas son obedientes, con los amigos se
divierte. Si ama a otros es por educación.
(Este es el Artículo Nº 1.769)
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