jueves, 5 de septiembre de 2013

El sutil beneficio de que existan delincuentes



 
La inseguridad pública empeora porque necesitamos estigmatizar a los delincuentes para reforzar nuestra placentera sensación de que somos muy honestos.

Pensemos algo conocido, pero desde otro punto de visa.

Una persona se inicia en la delincuencia robándole a un transeúnte el dinero y el celular.

El hombre se siente muy mal por la violencia de la situación, por el despojo, por lo indefenso que se sintió y por la convicción de que la justicia de su país quizá nunca descubra quién fue su atacante, porque solo se aclaran un 30% de los delitos.

La víctima llega a su casa desolado, angustiado, los familiares lo rodean, lo abrazan, lo acarician y el hombre comienza a recobrar su esperanza en el ser humano.

Sin embargo, a partir de ese terrible accidente, algo dentro de cada uno de los integrantes de ese grupo familiar, ampliado por los amigos, compañeros de trabajo y conocidos, habrá cambiado: el estado de ánimo predominante será el resentimiento, la sed de venganza, un deseo de justicia feroz, que incluye castigos ejemplarizantes y, más disimuladamente, el deseo de que ese delincuente nunca más circule por las calles.

Lo digo más directamente: en el corazón de esos ciudadanos surgirán ideas de castigo ejemplarizante, cadena perpetua y pena de muerte.

Imaginemos que este delincuente tenga tan mala suerte de ser atrapado, juzgado y condenado a una reclusión dentro de un establecimiento penitenciario.

Como su delito fue el primero, al egresar de la cárcel saldrá perfeccionado, será un delincuente avezado, informado, lleno de nuevas ideas, seguramente asociado, por medio de fuertes vínculos, a otros delincuentes que se convertirán en su familia.

En suma: habremos ganado un delincuente especializado, PERO, y esto es lo grave, los no-delincuentes lo necesitaremos como delincuente para, inconscientemente, reforzar nuestra placentera sensación de que somos muy honestos.

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(Este es el Artículo Nº 2.006)

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