El poder de la corporación médica y de las empresas
farmacéuticas constituye una situación que lamentablemente debería
preocuparnos.
Una familia con muchos hijos
sabe qué diferentes pueden ser las personas a pesar de poseer la misma genética
y de ser criados en un mismo hogar.
Dos inmigrantes italianos, que
llegaron a los Estados Unidos cuando en Italia pasaban hambre y en la joven
nación todo era entusiasmo y oportunidades, tuvieron cinco niños, a todos los
criaron con la misma devoción, pero el segundo, Bruno, nació en un crudo
invierno de Chicago y cuando cumplió cuatro años no tuvo la fiesta que esperaba
porque los padres eran muy pobres y el negocio de colocación de vidrios en
invierno era cuando menos vendía.
Pero Bruno tuvo todo un año
para pensar en su triste situación, en que debía hacer algo para que ese
cumpleaños sin fiesta no volviera a repetirse y, gracias a su ingenio y
audacia, logró tener su fiestita.
Las ventas comenzaron a subir
cuando la fecha de su cumpleaños se acercaba.
Así ocurrió hasta los nueve
años, cuando por exceso de ambición, cometió un error que le transformó el día
de su cumpleaños en un día de severa penitencia. En lugar de romper tirando
piedras las ventanas de tres casas cercanas, quiso tener una fiesta mejor y
rompió los vidrios de cinco casas. Este hecho llamó la atención, los padres
pensaron, preguntaron, y descubrieron al pequeño delincuente.
Me preocupa la condición
humana, porque seguramente yo soy como ese niño aunque menos inteligente o
menos ambicioso, pero qué pasa cuando los médicos pueden hacer y deshacer,
encubiertos por su corporativismo y por un saber que los aísla de quienes
sabemos poco y nada de anatomía, fisiología, medicamentos, cirugía.
¿Ellos priorizarán el cuidado
de mi salud o de sus ventas?
(Este es el Artículo Nº 2.061)
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