Nuestra
inteligencia también sirve para justificar cualquier aberración. Por esto,
algunos apoyan, o no critican, las condenas a muerte.
¿Será cierto que la Revolución Cubana fusiló a miles de opositores?
Tanto podemos pensar que es cierto como que no es cierto.
La duda está en que los humanos tenemos intenciones homicidas
reprimidas y no nos extrañaría que algunos semejantes las tengan menos
reprimidas que otros.
En algunos artículos publicados he sugerido que el principio de
propiedad privada, en nuestra especie, no está tan arraigado como suponemos.
Más bien es una norma que nos hemos impuesto para organizar mejor nuestra
convivencia, pero que en el fondo, no estamos muy de acuerdo con ella. No es
una idea que salga de nuestro instinto, más bien está impuesta por la cultura
y, como ocurre con otras imposiciones culturales, estamos permanentemente tentados
a transgredirla.
Por estas intenciones es que nos escandalizamos cuando somos víctimas
de un robo, pero nos distraemos cuando evadimos impuestos; por estas
intenciones es que condenamos la pena de muerte en general, aunque nuestra
cabeza se llena de excepciones cuando la indignación nos convierte en homicidas
seriales alegando que tendríamos que hacer justicia ejemplarizante.
Las condenas a muerte están inspiradas en un idealismo infantil, según
el cual matamos para que «nunca más» ocurra
eso que tanto nos molestó.
Los delitos contra la propiedad y contra la
vida, (robos y homicidios), intentan ser justificados porque algunos tienen más de lo que necesitan,
porque algunos no saben cuidar lo que
tienen, porque los ladrones solo se
toman demasiadas atribuciones. Asimismo, los asesinos seriales (como
podrían ser los líderes de la Revolución Cubana), alegan que, sin esa
«limpieza», el objetivo revolucionario quedaría tan mal protegido como el que
sufre un robo porque descuida sus bienes.
Nuestra inteligencia también sirve para
justificar cualquier aberración.
(Este es el Artículo Nº 2.040)
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