Durante tres días fue tapa de diarios el escandaloso
juicio con el que Graciana Dotti demandó a su esposo, Víctor Lacustre,
acusándolo de haberle robado la idea sobre el negocio que los enriqueció.
La mujer salió a los medios
despotricando contra ese «plagiador, ladrón, abusador» y, sin
quedarse atrás, Víctor respondía una por una las acusaciones.
El público tomó partido rápidamente: unos estaban a favor de
ella y otros a favor de él.
Eran hinchadas diferentes. A ella la apoyaban mujeres
feministas y muy pocos hombres; mientras que a él lo apoyaban, moderadamente,
personas de diferente extracción. Los noticieros le daban mayor cobertura a las
más ruidosas, exaltadas, escandalosas y apenas publicaban las lacónicas
opiniones que defendían al empresario.
A última hora de la tarde, un portavoz del juzgado comunicó
a la prensa cuál había sido el resultado del litigio: atendiendo al testimonio de los litigantes (marido y esposa), en tanto
coincidían en que la idea había sido de la señora y que su puesta en práctica
había sido de responsabilidad del señor, «esta corte resuelve que el 90%
del capital accionario pertenece al empresario y que el restante 10% pertenece
a su esposa, quien aportó la idea».
La noticia cayó como una bomba entre la ruidosa hinchada que
apoyaba el reclamo de la mujer. Se acusó de machismo a la justicia en general y
al juez actuante en particular, de discriminación de género, de violencia
doméstica al esposo.
Cuando, seis meses después, los ánimos volvieron a su cauce,
el juez cumplió su promesa de ser entrevistado por un conocido periodista.
La entrevista fue realmente breve porque el juez fundamentó
el fallo diciendo: la señora solo puso la
idea, como el varón solo pone el semen, pero quien gestó la empresa fue el
empresario, como hace una mujer cuando gesta.
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