Es vergonzoso que seamos tan crédulos, infantiles e
ingenuos de suponer que somos tan valiosos como para merecer amor
desinteresado.
El objetivo de este artículo
es reflexionar sobre qué nos conviene a cada uno, sobre qué es lo mejor para
cada uno de nosotros.
Cuando digo «para cada uno de
nosotros» estoy pensando en el nivel individual integrado al nivel familiar. En
otras palabras: nuestro pensamiento individual incluye los intereses de la familia
que tenemos bajo nuestra responsabilidad, incluidas las mascotas.
Por lo tanto, cuando una mujer o un varón adultos piensan egoístamente,
lo hacen teniendo en cuenta al propio cuerpo y al cuerpo de esas otras personas
que reconocemos alcanzadas por nuestro compromiso de ayudarlas, protegerlas,
proveerlas de lo que razonablemente necesitan para tener una calidad de vida
digna.
Si bien existen miles de
leyes, tenemos que saber, reconocer y no olvidar jamás, que algunos integrantes
de nuestra especie obtienen sus ingresos depredándonos legalmente.
Las ideologías de izquierda
nos distraen insistiendo con que los empleadores capitalistas son nuestros
enemigos, pero lo que propongo comentar en este artículo es que nuestros
empleadores no son los únicos que intentan robarnos, estafarnos, engañarnos
como a niños.
En todo caso, los empleadores
dejaron de ser los más peligrosos porque casi todos tenemos claro que, si
estuviéramos en su lugar, también seríamos explotadores.
Lo que sigue siendo una
imperdonable vulnerabilidad está en la discapacidad que tenemos para hacer
nuestras propias evaluaciones sobre cómo estamos y sobre qué es lo que
realmente nos conviene.
Nuestra más vergonzosa
discapacidad consiste en que aceptamos los consejos como si alguien pudiera
cuidar de nuestros intereses mejor que nosotros mismos.
Es vergonzoso que seamos tan
crédulos, infantiles e ingenuos de suponer que somos tan valiosos como para
merecer tanta bondad desinteresada.
Acepte mi diagnóstico: ¡usted
no inspira tanto amor!
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