sábado, 8 de junio de 2013

Malerva




Tengo una cara parecida a la de un actor argentino bastante mayor que yo y conocido por su apellido, nombre o apodo: «Malerva».

Ese hombre siempre representaba roles de mala persona, de ladrón, de golpeador, de mentiroso, cínico, traidor.

Era un excelente actor precisamente porque todos coincidíamos en odiarlo a primera vista.

Un rostro parecido tengo yo. Felizmente, las películas de él ya nadie las mira pero cuando era joven me sentía perseguido por esa semejanza tan desfavorable.

En los hechos tuve pocos amigos, ninguna novia y los profesores hablaban mirando a toda la clase pero salteándome.

Nunca pude resolver la angustia de aquellos primeros años de mi vida laboral. Me costó bastante conseguir trabajo hasta que al final tuve suerte bajando mis expectativas salariales.

El primer día de trabajo me presentaron a los otros cuatro compañeros y a la única compañera.

Como era de esperar la historia se repitió, especialmente con la señorita Irma que no disimuló nada el disgusto que sintió al darme la mano aunque hice el amague de saludarla con un beso en la mejilla como era costumbre.

Parábamos la tarea todos juntos a la una de la tarde y nos acomodábamos en una tabla que hacía las veces de mesa de comedor. A mí me asignaron indirectamente la cabecera de la mesa porque era el lugar menos iluminado.

Cuando fui al baño para lavarme las manos vi que la señorita Irma había dejado sobre el lavatorio un anillo de oro que le prestó su novio para que lo recordara con amor.

Pensé en avisarle del olvido antes de lavarme pero algo me dijo que ella no se merecía de mí esa gentileza, así que ahí lo dejé como si no lo hubiera visto.

Parecería ser que ella no estaba acostumbrada a usar esa joya porque recién a las tres de la tarde se puso a gritar como una histérica «¡El anillo de Jorge!, ¡El anillo de Jorge!».

Como se puso conmovedoramente mal, me acerqué y le dije: «Lo dejaste olvidado en el lavatorio del baño», a lo que ella, con la peor cara de odio me respondió: «Ya sé que lo dejé ahí, pero ahora no está y la persona que entró detrás de mí fuiste tú».

«¡No puede ser!», pensé para mis adentros, ahora encima me acusan de ladrón.

Lo peor ocurrió porque todos le creyeron y comenzaron a mirarme con desconfianza y recriminación, como si dijeran: «Devolvele el anillo, ladrón».

Fue entonces que llamé a mi prima Mariana, le conté lo que me estaba pasando, ella se quedó muda un momento angustiosamente largo y me dijo: «El anillo está en el bolsillo derecho de un saco de hombre con cuadros grandes».

«El saco de Miguel», pensé. Fui hasta el lugar donde nos cambiamos, metí la mano en el bolsillo del saco a cuadros y ahí estaba. Lo escondí en el lugar más insospechado, salí del lugar simulando un gran enojo y, delante de los otros tres le dije a la señorita Irma: «Dice mi prima Mariana que te lo robó Miguel».

La reacción de Miguel fue tan comprometedora que todos empezamos a golpearlo, empujarlo y Miguel a llorar desconsoladamente, a pedir perdón, pero resulta que no pudo encontrar el anillo donde él creyó haberlo dejado. Entonces propuse que hiciera como pudiera pero que comprara otro igual, por lo cual quedó endeudado durante meses.

(Este es el Artículo Nº 1.923)


Así funcionan los libros de auto ayuda

 
Los libros de auto-ayuda bloquean nuestra capacidad crítica. Esta violencia nos libera gratamente de la responsabilidad de pensar.

Dramaticemos una situación muy poco probable aunque no imposible.

Por circunstancias que no vienen al caso, usted es amenazado de muerte si no comete una grave infidelidad en la empresa para la cual trabaja.

Imaginemos que es secuestrado en la calle, lo suben a un vehículo cuatro hombres con los rostros semi-cubiertos por lentes negros y le dicen que si no roban unos planos de la ciudad que están bajo su custodia en el lugar donde trabaja su familia sufrirá las consecuencias.

Rápidamente es liberado y lo llaman al día siguiente para instruirle dónde debe dejar esos planos.

De más está decir que cuando se descubra el robo de los planos usted será culpabilizado. Sin embargo, si se puede probar que lo hizo bajo amenaza, la responsabilidad caerá sobre quienes lo secuestraron y coaccionaron.

Como dije esto es una dramatización. Por eso es exagerada respecto a lo que deseo comentarles.

Ahora les comento algo infinitamente más liviano aunque estructuralmente semejante.

Cuando usted leer un libro o escucha una conferencia en la que el autor hace continuas referencias a cuáles fueron las prestigiosas fuentes en la que se basó para decirle lo que le está diciendo, ocurre lo siguiente:

1) Cuando el escritor o disertante se hace acompañar por esas referencias tan importante equivale, para quien lo escucha, a quedarse sin la posibilidad de discutir, rebelarse, cuestionar, criticar. Esas doctas (prestigiosas) referencias equivalen al grupo de cuatro violentos y amenazantes secuestradores pues usted no tendrá más remedio que aceptar las propuestas del escritor o disertante;

2) Por su parte usted, inconscientemente, se sentirá gratificado porque se sentirá eximido de la responsabilidad de cuestionar, criticar, pensar, juzgar.

Así funcionan los libros de auto ayuda.

(Este es el Artículo Nº 1.893)


Las dificultades del cooperativismo




Las cooperativas de ayuda mutua para la construcción de viviendas familiares luchan contra la inevitable mezquindad humana.

Las cooperativas de vivienda son organizaciones que generalmente funcionan bien y cuando no funcionan bien es porque el sistema de ayuda mutua no es lo ideal para un ser humano que no tiene más remedio que ser mezquino por la simple razón de que es dramáticamente débil, vulnerable y muy necesitado de recibir ayuda en vez de darla.

Para compensar esta miseria energética, nos inventamos roles de generosidad, de amor al prójimo y de cooperación que solo funcionan precariamente, con miles de fallas, incumplimientos, robos, estafas, mentiras.

Por lo tanto las cooperativas de vivienda por ayuda mutua funcionan bajo presión moral, reglamentos muy severos y hasta bullying especializado en evitar irresponsabilidades.

Sé que suena muy extraño que asocie el acoso (bullying) a tareas que parecen tan santas, bienintencionadas, solidarias, pero es así: los cooperativistas que cooperan, indignados con los remolones, los vagos, los campeones de la irresponsabilidad, se las ingenian para ejercer presión, muchas veces recurriendo al pragmático principio de que «el fin justifica los medios».

Pero, insisto, los seres humanos no somos aptos para el funcionamiento cooperativo si no es bajo presión económica, moral y hasta física, aunque los enamorados de ese formato organizacional (el cooperativismo) tengan que decir que yo digo lo que digo porque soy un descreído, un negativo, un fascista, un nazi o un abominable capitalista.

Más allá de estas críticas que le hago al cooperativismo, lo cierto es que al final muchas familias de escasos recursos económicos pueden acceder a su vivienda digna.

Excepto para quienes salen beneficiados con los subsidios que los estados tienen que entregarle a esas cooperativas, el resto de la población protesta contra tales privilegios.

Los humanos resolvemos las injusticias provocando otras injusticias.

(Este es el Artículo Nº 1.874)

Lecturas que efectivamente liberan


Nuestras «fábricas» de delincuentes son las mismas cárceles pues son academias del delito y el sistema educativo que expulsa a sus alumnos aburriéndolos.

El 4 de julio de 2012, el diario digital BBC – Mundo (1) publicó una noticia que llamó mi atención.

Según parece los gobernantes de Brasil están especialmente preocupados por la enorme población carcelaria, por el índice de reincidencia de los egresados, y por las condiciones inhumanas de reclusión.

Aprobaron un par de ideas que eventualmente pueden ser útiles para disminuir los defectos clásicos de la privación de libertad como intento de rehabilitación que fracasa sistemáticamente.

Una de esas ideas consiste en ofrecerles a los reclusos pedalear en una bicicleta estacionaria acondicionada para generar energía eléctrica que recarga acumuladores (baterías) destinados a iluminar alguna plaza pública. La retribución por este esfuerzo se efectuará acortando la pena.

La segunda idea me parece más sofisticada y por tanto más expuesta a la suspicacia, la incomprensión, la burla y el fracaso.

Los presos podrán reseñar hasta una obra literaria, o filosófica, o científica, o clásica, cada treinta días, con lo cual verían disminuida su condena en 48 días por año.

De más está decir que esta idea no es adecuada para cualquier recluso. Para algunos sería intelectualmente imposible y para otros, aunque sería intelectualmente posible, resultaría excesivamente cruel.

Quienes están llevando adelante este experimento estiman que menos del 20% podrían acceder a esta posibilidad.

Lo que me interesa resaltar es que los delincuentes son personas con deficiencias mentales que en algunos casos podrían reequilibrarse mediante ejercicios gramaticales, tanto sea para leer como para hacer las reseñas.

Nuestras «fábricas» de delincuentes son las mismas cárceles en cuanto resultan ser academias del delito y el sistema educativo en general que expulsa a sus alumnos aburriéndolos con sistemas pedagógicos aptos para muy pocos estudiantes.


(Este es el Artículo Nº 1.922)


La estrategia del ratoncito que husmea nerviosamente




Múltiples agentes económicos repiten un sistema de prueba y error, procurando encontrar oportunidades, ideas, estrategias, como un ratoncito que husmea nerviosamente.

Yo le llamaría «economía del despilfarro» a esa estrategia que utilizan tantos trabajadores cuando salen a correr por los parques, ramblas, avenidas, pretiles o máquinas que le escabullen el piso con una velocidad programable e inclinación regulable.

La denominación, («economía del despilfarro»), incluye una contradicción porque nuestra mente está diseñada para que los conceptos «economía» y «despilfarro» parezcan opuestos.

De todos modos siento entusiasmo para defender esta denominación porque el gasto inútil de energía humana es un despilfarro, pero como se realiza siguiendo una filosofía recomendada por personalidades prestigiosas, (médicos, dietistas, deportólogos, campeones olímpicos), entonces parece estar alineada con la economía que también es una ciencia cierta, respetable y prestigiosa.

En suma: los agentes económicos no tienen una conducta inteligente sino contradictoria, antieconómica y eventualmente estúpida.

Si confiamos que esta definición es respetable a pesar de parecer irónica o humorística, podríamos pararnos en otro mirador del mercado al que tenemos que concurrir para ganar el dinero que necesitamos para vivir dignamente y alejarnos de la pobreza patológica, (tema central de este blog).

Nuestro omnipresente enemigo el sentido común nos aconseja, en la plenitud de su Alzheimer, que debemos tener una conducta que tienda fundamentalmente al equilibrio y a la optimización de nuestros resultados.

Para empezar, esos mismos pontífices del sentido común, del equilibrio y de la optimización, son los que andan perdiendo energía, (corriendo sin apuro), como haría un conductor que ante la luz roja del semáforo acostumbrara acelerar a fondo el motor.

Para terminar, los múltiples agentes económicos, (empleados, empresarios, vigilantes, vagos, fisco, delincuentes), repiten un sistema de prueba y error, procurando encontrar oportunidades, ideas, estrategias, como un ratoncito que husmea nerviosamente, pero con menos tendencia al equilibrio.

(Este es el Artículo Nº 1.900)