viernes, 6 de septiembre de 2013

Llamemos a Fermín


— ¿Cómo te fue hoy?

— Comparado con otros días, me fue bien, pero estoy reventado.

— ¿Te hicieron trabajar mucho?

— ¿Jorgito trajo el carné con las notas que le puso la maestra?

— Sí, pero sigue bajo en matemática y lenguas.

— ¿Vos te acordás algo de cuando fuiste a la escuela como para ayudarlo un poco?

— ¡Pah, no recuerdo nada!

— ¿Y si consultamos a Fermín?

— Mmm, le tengo miedo...

— Bueno, pero si me tenés confianza a mí..., él también hace varios años que anda en la calle. Está limpio. Si no le tenemos confianza nosotros, ¿quién puede confiar en él?

— Mejor hablá vos con él, yo le tengo miedo. Acordate que lo mandaron para adentro por rapiña con lesiones graves. ¿No le hará daño a Jorgito?

— Quedate tranquila, lo conozco bien. Cometió un error y ya está. Tuvo un mal momento, igual que yo. Ahora es otra persona. Me hago responsable. Vamos a llamarlo para que ayude a Jorgito con las cuentas y la ortografía.

— Está bien, pero acordate que yo me abstengo, no voto afirmativamente.

— Vas a ver que se van a llevar bien. Él extraña a su hijo que no se lo dejan ver y se desespera por hablar con los niños.

— ¿Por qué cuando te pregunté si te hicieron trabajar mucho, me cambiaste de tema?

— Es que me parece que a mí siempre me pasa algo y si te cuento todo vas a terminar aburriéndote.

— ¿Qué te pasó esta vez?

— El Pocho tenía un pedido de una anciana en el Barrio Alto para mudar de lugar una cantidad de cosas...y fui.

— ¿Tenía cosas muy pesadas?

— Más o menos, pero eso no me reventó.

— ¿Qué fue lo que te reventó?

— Mirá los billetes con que me pagó. Se ve que estuvo juntando lo peor, rotos, sucios, escritos, arrugados. ¿Querés creer que para pagarme la muy desgraciada se puso guantes de cirugía?

— Ah, pero ¡qué susceptible! ¿Con las que pasaste en la cárcel y te venís a fijar porque una anciana rica te despreció indirectamente?

— Es que eso no fue todo. Vos sabés que tengo memoria fotográfica. ¿Podés creer que la mayoría de las cosas que tenía en la casa habían sido robadas por mí y se ve que ella se las compró por poca plata al mismo Pocho?

— Está bien, llamemos a Fermín.

(Este es el Artículo Nº 2.007)


jueves, 5 de septiembre de 2013

La debilidad de las palabras y la pobreza



 
Para que nuestra psiquis no tenga espacio para sus grandes temores (homosexualidad, delinquir, suicidarse), suele llenarse de rezos y fantasías.

Un ser humano puede creer en Dios porque su imaginación se lo permite y su temor a sufrir lo obliga.

Según las Sagradas Escrituras, un ser mágico, poseedor de todas las virtudes que desearíamos tener, un súper héroe, al estilo de Batman o El Hombre Araña, fue tan poderoso que tan solo diciendo «¡Hágase la luz!», la luz se hizo.

Los ilusionistas más famosos, (Harry Houdini, David Copperfield, David Blaine), imitan aquellos milagros exhibiendo fenómenos que, por lo inexplicables, podrían ser milagrosos.

Generalmente, los ilusionistas hacen coincidir la ocurrencia de lo inexplicable, con una orden verbal, similar a la que el Antiguo Testamento le atribuye a ese ser superior, hacedor de todo lo que hoy conocemos.

Propongo pensar que la reacción clásica de «matar al mensajero» tiene estrecha vinculación con esta creencia en que una cierta voz de mando es capaz de generar acontecimientos ilógicos.

En general, casi nadie quiere ser el portavoz de malas noticias. La mayoría procura ser el primero en pregonar las buenas noticias.

En ambos casos, el afán por anunciar, informar a otros, está en el núcleo de la vocación de los periodistas.

Tanto sea para «matar al mensajero» como para «premiar al mensajero», nuestra psiquis cae infinitas veces en la delirante suposición de que alguien provoca un fenómeno tan solo dando una orden verbal, por la fuerza propia del discurso, del enunciado.

Quienes están convencidos de la fuerza ilimitada de la palabra, tanto pronuncian maleficios como plegarias, tanto condenan como imploran, tanto se vengan como suplican conseguir un trabajo, un amor, salud.

Llenar la mente de palabras, rezos, maldiciones, impide pensar; funciona como las ideas fijas, como las obsesiones, que achican la capacidad de pensar (1).

 
(Este es el Artículo Nº 1.991)

El sutil beneficio de que existan delincuentes



 
La inseguridad pública empeora porque necesitamos estigmatizar a los delincuentes para reforzar nuestra placentera sensación de que somos muy honestos.

Pensemos algo conocido, pero desde otro punto de visa.

Una persona se inicia en la delincuencia robándole a un transeúnte el dinero y el celular.

El hombre se siente muy mal por la violencia de la situación, por el despojo, por lo indefenso que se sintió y por la convicción de que la justicia de su país quizá nunca descubra quién fue su atacante, porque solo se aclaran un 30% de los delitos.

La víctima llega a su casa desolado, angustiado, los familiares lo rodean, lo abrazan, lo acarician y el hombre comienza a recobrar su esperanza en el ser humano.

Sin embargo, a partir de ese terrible accidente, algo dentro de cada uno de los integrantes de ese grupo familiar, ampliado por los amigos, compañeros de trabajo y conocidos, habrá cambiado: el estado de ánimo predominante será el resentimiento, la sed de venganza, un deseo de justicia feroz, que incluye castigos ejemplarizantes y, más disimuladamente, el deseo de que ese delincuente nunca más circule por las calles.

Lo digo más directamente: en el corazón de esos ciudadanos surgirán ideas de castigo ejemplarizante, cadena perpetua y pena de muerte.

Imaginemos que este delincuente tenga tan mala suerte de ser atrapado, juzgado y condenado a una reclusión dentro de un establecimiento penitenciario.

Como su delito fue el primero, al egresar de la cárcel saldrá perfeccionado, será un delincuente avezado, informado, lleno de nuevas ideas, seguramente asociado, por medio de fuertes vínculos, a otros delincuentes que se convertirán en su familia.

En suma: habremos ganado un delincuente especializado, PERO, y esto es lo grave, los no-delincuentes lo necesitaremos como delincuente para, inconscientemente, reforzar nuestra placentera sensación de que somos muy honestos.

Artículo de temática similar:

 
(Este es el Artículo Nº 2.006)

La inseguridad ciudadana y el narcisismo



 
El narcisismo de la ancianidad nos hace remplazar la compañía humana por alguna mascota. Esta decisión nos provoca sentimientos de inseguridad.

Les contaré una noticia de Montevideo, capital de Uruguay, sin apartarme del psicoanálisis.

La inseguridad ciudadana afecta a muchas personas y en particular a los pobladores de dos barrios de esta pacífica ciudad.

Arquitectónicamente se caracterizan por tener viviendas de gran valor económico, rodeadas de fuertes muros o enrejamientos de hierro y vallas electrificadas.

La mayoría de sus habitantes son unas pocas personas adineradas, bastante ancianas, quienes se sienten más queridas por su mascota que por otros semejantes.

El acoso de los malvivientes los ha llevado a tal nivel de crispación y angustia que se están organizando para protegerse mutuamente, mediante silbatos y llamadas telefónicas de alerta, ante la presencia de merodeadores que pudieran amenazar sus patrimonios.

Desde mi punto de vista lo que les está ocurriendo es otra cosa: creyeron que el instinto gregario, propio de nuestra especie, puede resolverse con una mascota y lentamente fueron sintiéndose cada vez más inseguros.

Como no pueden creer que viviendo aislados de la comunidad están viviendo en condiciones inhumanas, señalan como única causa del sentimiento de inseguridad a los ladrones.

La solución parece haber llegado cuando, sin dar el brazo a torcer, comenzaron a resocializarse, unirse, integrarse a la especie que habían abandonado por esas cosas de la vida.

Esto siempre fue así: cuando un pueblo da muestras de disgregación social, de fragmentación del colectivo, una amenaza de ser invadidos o un desastre natural, los vuelve a cohesionar para gran satisfacción de los resocializados.

Infortunadamente, la reconciliación social suele depender de un ataque externo que nos obliga a unirnos.

En este caso son los delincuentes quienes ayudaron a estos pobladores a deponer su insalubre narcisismo.

Ojalá no abandonen a sus mascotas.

(Este es el Artículo Nº 1.994)