martes, 4 de septiembre de 2012

La infidelidad y la masturbación



 
Los niños se sienten culpables cuando se masturban, pensando que la madre lo interpretará como una infidelidad.

Los humanos nacemos mucho antes de estar prontos para valernos por nosotros mismos, es decir, en condiciones normales, nacemos prematuramente, somos muy dependientes durante años, precisamos ser amados porque si no nos quieren, si nos abandonan, literalmente moriremos.

Para tranquilizarnos en medio de tanta pobreza vital, sentimos que nuestra madre nos ayuda, nos alimenta, abriga, acaricia, nos habla con sonidos que denotan satisfacción, placer, goce.

En otras palabras, es probable que la angustia por sentirnos tan desvalidos, disminuya cuando nos damos cuenta que mamá goza con nuestra compañía, higienizándonos, alimentándonos.

Nuestra tranquilidad surge de sabernos (imaginarnos) objeto de deseo, de goce, de que nos necesita.

En los primeros intentos de controlar el entorno, probablemente sintamos que estamos salvados mientras ella nos disfrute.

Pero el drama cae sobre nuestra tierna humanidad cuando aparece otro hermanito que la atrae más que nosotros, o cuando empieza a trabajar y nos deja en compañía de gente extraña, o cuando la vemos abrazada con ese señor que dice ser nuestro padre.

En estas circunstancias no tengo ningún reparo en exagerar alocadamente: No quiero ni pensar en cómo se sentirá ese niño cuando padece las primeras pérdidas.

Si los adultos compramos alimentos para diez días cada vez que se avecina un feriado de 24 horas, ¡qué sentirá alguien tan vulnerable cuando aparecen enemigos, ladrones, usurpadores, invasores (hermano, padre)!

Tanta desesperación puede darnos por buscar algún tipo de consuelo autogenerado.

En este ataque de angustia y soledad solemos descubrir la masturbación.

El placer masturbatorio también es digno de ser exagerado porque es maravilloso, sobre todo en el mencionado contexto de abandono.

Pero no hay bien que por mal no venga: sufriremos pensando que mamá lo interpretará como una infidelidad.

(Este es el Artículo Nº 1.665)

Ser inseguro es ser pobre




Los pobres necesitamos un título universitario para creernos «alguien» o estudiar inglés para balbucear en dos idiomas.

Cualquiera que haya leído dos renglones de psicoanálisis ya se dio cuenta que, si me dedico con tanto amor a estudiar cómo ganar dinero para fundar y mantener una familia, es porque lograrlo para mí fue muy difícil.

Mi madre era una gran psicoanalista sin haber pasado por ninguna universidad. Simplemente le gustaba leer y estoy de acuerdo con ella en que Freud, lo que mejor sabía hacer era escribir.

Tan es así, que el único premio que recibió en vida fue como escritor y no como neurólogo (Premio Goethe de Literatura en 1930).

Como yo era muy vergonzoso, me costaba mucho presentarme ante los empleadores para pedirles trabajo.

Ella me decía que tenía que imaginármelos vestidos con ropa de playa (traje de baño corto). Esto no me dio resultado ni creo que se lo dé a alguien, aunque algunas corrientes psicológicas aún vigentes, apelan a esto de «negar» o distorsionar la realidad para salir del paso.

La vergüenza es un fenómeno claramente neurótico, resultante de la diferencia que existe entre quien realmente somos y quien suponemos que deberíamos ser.

Cuando por alguna desgracia educativa alguien nos hace pensar que deberíamos ser así o asá, el resultado es fatal, porque terminamos no siendo, desapareciendo. Nos convertimos en muertos vivos... que, por supuesto, no consiguen trabajo.

Con particular frecuencia no creo que los ricos se esfuercen demasiado para que una mayoría seamos pobres.

No es que los ricos sean ricos porque nos roban a los pobres sino que los pobres pertenecemos al gran grupo de los inseguros, de los que no confiamos en nosotros mismos, porque necesitamos un título universitario para sentirnos «alguien» y, de ser posible, estudiar inglés para balbucear en dos idiomas.

Otros artículos sobre lo inconveniente de estudiar una segunda lengua

     
(Este es el Artículo Nº 1.640)

La espiritualidad y el dinero




La espiritualidad puede ser el desenlace de una fuerte represión sexual que alcanza inclusive a los cobros en dinero.

Aún reconociendo que más de la mitad de lo que se dice en Facebook es falso, son muchas las personas que parecen muy espirituales.

Aunque la espiritualidad tiene buena prensa, algunos sienten que esa es la forma de ser queribles, respetables, confiables.

Una persona que dice tener poco interés en lo material parece indicar que no nos robará, nos devolverá lo que le prestemos y que podremos invitarla a nuestra casa sin que se quede a vivir para siempre.

La genealogía (la cadena causas-efectos) de la espiritualidad suele ser el resultado de una represión a la sexualidad.

Quienes imaginen tener genitales peligrosos porque son capaces de provocar cosas tan horribles como un embarazo indeseado, una enfermedad venérea o un sometimiento vergonzoso hacia quien sea capaz de provocar placer, quienes imaginen todo esto, repito, tendrán una gran temor a cualquier señal erótica (miradas, gestos, piropos, roces).

Hace unos años comentaba (1) que el orgasmo es la remuneración que paga la naturaleza a quienes intentan conservar la especie mediante la actividad sexual.

El placer que sentimos en el acto sexual es suficiente para que lo hagamos impulsivamente, con el resultado a veces indeseado de gestar una nueva vida.

Quienes tienen asociado el placer sexual a situaciones siempre negativas, vergonzosas, perjudiciales, claramente lo evitarán. Muchas veces el cuerpo colabora con esa represión inconsciente provocando anestesia en los genitales, anorgasmia, eyaculación precoz, impotencia.

Es posible plantear como hipótesis que esa renuencia a disfrutar de la sexualidad, pueda ser también un rechazo a eso que nos «paga» la naturaleza por concepto de «conservación de la especie».

La espiritualidad puede ser el desenlace de una fuerte represión sexual que alcanza inclusive a los cobros en dinero.


(Este es el Artículo Nº 1.638)

La policía y la justicia




Aunque la policía y la justicia están observando qué hacen los malvivientes, tienen por principal cometido cuidarnos... de nosotros mismos.

En otro artículo (1) comentaba que nuestra psiquis, nuestra idiosincrasia, la forma de ser de los seres humanos, depende de la intolerancia.

Para expresarlo de otra manera, así como cuidamos nuestra piel por razones estéticas pero también porque es el órgano más grande y que nos separa del mundo exterior, me animaría a decir que la intolerancia es la versión psíquica de la piel.

Agrego otra semejanza entre la intolerancia y la piel:

Todos nos irritamos cuando los delincuentes nos alteran la calma, cuando cometen alguna de sus tropelías, robando, matando, destruyendo. Nuestra piel también se irrita cuando es raspada, cortada, perforada por un insecto.

En un tono bastante ingenuo puedo decir que el manotazo que aplasta al mosquito que lastima la piel, se parece a lo que querríamos hacer con los delincuentes que nos «roban» la tranquilidad, objetos queridos, dinero: aplastarlos sin perder mucho tiempo en un juicio.

Para nuestra valoración subjetiva inmediata, perturbada por el enojo, furiosos por la pérdida inesperada, un mosquito y un delincuente son tan semejantes que parecen idénticos.

Las políticas públicas no fueron inventadas solamente para darle trabajo a mucha gente y disminuir artificialmente los índices de desocupación. Un segundo motivo fue moderar las reacciones de los ciudadanos porque sabemos de qué somos capaces cuando nos enojamos.

La policía y la justicia están ahí, puestas por nosotros mismos, para que nos impidan tomar medidas irreversibles, para que no causemos destrozos huracanados, para ayudarnos a evitar un genocidio con la familia de quien nos robó una gallina.

Por lo tanto, aunque estamos de acuerdo con que la policía y la justicia están observando qué hacen los malvivientes, tienen por principal cometido cuidarnos... de nosotros mismos.



(Este es el Artículo Nº 1.656)