sábado, 4 de agosto de 2012

La rentabilidad de los corruptos



En una administración racional, la corrupción puede considerarse como un hecho más rentable que perjudicial.

Cuando el orador vio que el entusiasmo de los oyentes se precipitaba en caída libre, exclamó con inusitado entusiasmo: «Seremos ineptos pero nunca seremos corruptos»

El público salió de la siesta y aplaudió a rabiar.

¿Qué hace que a tanta gente le importe más que no haya ladrones a que los administradores sean ineptos y provoquen pérdidas muy superiores a las provocadas por los corruptos?

Seguramente no hay quien se dedique a sacar cuentas para decir que se pierde menos con la corrupción que con la ineptitud.

Tampoco sabemos si algunas administraciones corruptas no son más convenientes para los resultados globales que otras en las que no hay abuso de confianza, sobornos, hurtos.

Según fuentes confiables, algunas empresas disponen de excelentes procedimientos para detectar los actos de corrupción de sus funcionarios, pero no para evitarla ni para castigarla sino para administrarla.

Esta filosofía es muy pragmática, efectiva y racional.

Los argumentos que sustentan una práctica tan reñida con el sentido común hacen hincapié en que los funcionarios corruptos suelen ser los más capaces, los que mejor hacen la función y, a la postre, los que más utilidad le brindan a la empresa.

De más está decir que el sistema incluye saber cuál es el monto económico de la defraudación y también cuál es el monto económico que son capaces de producir dado su buen nivel de desempeño.

En otras palabras: la administración racional no puede dejarse llevar por la furia de una infidelidad, ni por criterios apasionadamente morales, ni por algún amor propio herido: la administración racional solo evalúa resultado objetivos.

Yo no le recomendaría a nadie que robe pero sí le recomendaría que sepa controlar las ofensas provocadas por la corrupción de sus colaboradores.

(Este es el Artículo Nº 1.621)

El sentido común y el estudio



El sentido común es un error que se corrige con muchos años de estudio.

El siguiente texto está escrito en un tono ligeramente humorístico, ligeramente irónico, ligeramente irracional, contando con que la perspicacia de los lectores es la suficiente como para extraer la idea seria que trasmito.

Para aprender que 1 = 1 (uno es igual a uno), quizá necesitemos asistir durante un año a la escuela de primer grado (primaria).

Cuando asimilamos la idea de «identidad», damos un gran paso, construimos un poderoso cimiento intelectual, generamos un núcleo racional muy duro y resistente a los cambios.

Tan es así que para aceptar que 500 = 20.000 (quinientos es igual a veinte mil), necesitaremos:

— no menos de 15 años para olvidarnos que uno es igual a uno;
— no menos de dos años más para comprender por qué 500 = 20.000; y
— algunos meses más para aceptar que lo diferente puede ser igual.

Me explico: si yo le pago 500 dólares a una compañía de seguros, esta me entregará un vehículo que vale 20.000 dólares, en el caso de que ocurran ciertos eventos previamente estipulados, como por ejemplo:

— si me roban el vehículo y no aparece en 90 días;
— si lastimo a alguien y debo pagar una indemnización de 20.000 dólares;
— si cometo el error de salirme de la carretera, caer en un río, salir con vida, pero los daños ocasionados suman 20.000 dólares.

Por todo lo expuesto, podemos observar que, bajo ciertas circunstancias, 500 = 20.000.

Con un poquito más de estudio, podemos llegar a saber que 1.000 = 10:000.000.

Efectivamente, quienes estudian para realizar encuestas de opinión, saben cuál será la decisión de una población, consultando solamente a 1.000 de ellas.

Conclusión: el sentido común es un error que se corrige con muchos años de estudio.

(Este es el Artículo Nº 1.623)

El pecado y el pecador



Porque «El pecado está en la mente del pecador», nuestra honradez debe permanecer fuera de toda sospecha.

Conocemos el proverbio: «Las cuentas claras conservan la amistad».

Existe otro proverbio que afirma: «El pecado está en la mente del pecador».

Con estos dos ingredientes podemos extraer una conclusión, propia de la filosofía cotidiana, de la sabiduría popular: si tenemos que cuidar la administración del dinero, tenemos que ser especialmente cuidadosos cuando exista la posibilidad de que alguien desconfíe de nuestra honradez.

Esta cuestión ya la insinué en otros artículos cuya lectura recomiendo. (1)

El asunto se parece a un líquido o gas inflamables. Hemos podido observar que, en aquellos lugares donde están presentes estos elementos,  abundan los carteles que informan sobre el peligro: cualquier chispa puede convertir el lugar en un caos infernal.

Este estado «combustible» es el que padece nuestra psiquis cuando hemos tenido fantasías, sueños, imaginaciones de robarle nuestra amada madre a nuestro padre y a los hermanos.

El deseo de raptarla, para quienes vivimos en una cultura donde está tan condenado el incesto que no se puede ni mencionar, es algo que necesitamos olvidar radicalmente, como si un cirujano nos hubiera extirpado aquellas aspiraciones.

Porque nuestra memoria se encargó de realizar esta «cirugía radical» es que muchos no pueden creer que yo escriba tan libremente sobre algo que ellos no tienen ni noción y hasta los enoja que alguien (yo) insista con el tema.

El motivo de este artículo es explicar por qué hay que tener tanto cuidado con la administración de dinero ajeno, especialmente cuando un error nuestro puede perjudicar los intereses de otros.

Quien descubra, sospeche o ponga en duda nuestra más absoluta honradez, rápidamente se incendiará con aquel deseo personal de «quedarse con la madre», «robarla», «raptarla».

«El pecado está en la mente del pecador».

   
(Este es el Artículo Nº 1.620)

Causas de la desconfianza en asuntos de dinero



Mucha gente presupone una maliciosa intencionalidad cuando se ven afectadas por errores en temas de dinero (les pagan de menos o les cobran de más).

Les decía en un artículo (1) que, si bien es difícil armar un barco dentro de una botella, más difícil pero más importante es poder «construir una buena imagen nuestra dentro de la cabeza de quienes nos rodean».

Comentaba en otro artículo (2) la terrible injuria que padecen los hermanos mayores cuando se sienten salvajemente despojados de lo que creían tener, ante el nacimiento de un hermano.

Agregaba en este mismo artículo (2) que el hermano mayor se siente robado e invadido por el menor pero nadie se solidariza con su «desgracia» y hasta lo acusan de no querer al nuevo hermanito.

 Y ahora les comento una idea que combina a las ideas que acabo de mencionar.

Tenemos que tener muy en cuenta que muchas personas guardan un solapado rencor hacia la sociedad que las trató tan injustamente.

Aunque muchos han intentado olvidar estas peripecias, en el fondo tenemos que considerar que esas injusticias no se olvidan tan fácilmente.

Cada vez que intentamos generar una buena imagen en la mente de los demás tenemos que evitar cualquier acto nuestro que pueda «despertar» ese rencor precariamente «dormido».

Conviene saber que muchos adultos fueron «robados» y obligados a perdonar, tolerar y hacer exhibiciones de amor ante un hermano que desearían haber matado.

En el fondo de su memoria creen que la sociedad intentará nuevamente robarlos, desplazarlos, chantajearlos y obligarlos a perdonar y a amar al victimario.

Dicho de otro modo: una historia personal bastante frecuente entre quienes tienen hermanos menores los predispone a desconfiar de la honestidad ajena. Por esto tanta gente presupone una maliciosa intencionalidad cuando les pagan de menos o les cobran de más.

   
(Este es el Artículo Nº 1.615)