martes, 29 de mayo de 2012

El dinero fecal


Los procedimientos que intentan disuadir a los delincuentes parecen contraproducentes.

En mis intercambios vía e-mail con colegas criminólogos de habla hispana me contaban sobre los cambios verificados en la conducta de los ladrones de viviendas.

Hasta hace unos 15 años estos delincuentes estaban orgullosos cuando podían entrar a una finca muy bien protegida por diferentes técnicas de seguridad y era una anécdota predilecta la incursión delictiva sin despertar a los moradores.

Sin embargo, los nuevos ladrones están comenzando a tener una actitud diferente. Son más violentos, sienten que ganan puntos antes sus pares cuando reducen a los dueños de casa, los atan, actúan a cara descubierta dejándose ver, despliegan actitudes despectivas y humillantes ante las víctimas.

El aumento en la severidad de las penas también aumenta la agresividad y temeridad de estas personas porque para ellos el riesgo no es disuasivo sino estimulante. No es casual que esto coincida con un desarrollo de los deportes extremos realmente importante (surf, caida libre, carrera de supervivencia, descenso de ríos, escalada vertical, paracaidismo amateur, skate acrobático, ciclismo acrobático, submarinismo a pulmón libre, etc.).

Es muy curioso que estos actos depredadores suelen incluir la extraña costumbre de defecar en la casa robada, a veces escriben graffiti ofensivos con esos excrementos o usan juguetes de peluche como papel higiénico.

Como Freud encontró que el dinero simboliza a los excrementos fecales, estas nuevas conductas darán más trabajo a los psicoanalistas.

El deseo inapelable


Nuestro cuerpo suele ser usado para satisfacer deseos de otras personas y eso nos produce un cansancio inexplicable.

El deseo de un ser humano es la presión interior que recibe para hacer ciertas cosas y que generalmente termina haciendo. Quizá debí decir: siempre termina haciendo, excepto que las condiciones exteriores se lo impidan.

Ese motor del que estamos dotados funciona siempre que estemos vivos. Después deja de funcionar. O porque deja de funcionar es que morimos. Realmente no sé si algo de esto sucede primero, si alguno es consecuencia del otro, si son simultáneos. Sólo sé que el deseo está y que, empuja, incentiva, promueve, estimula, nos conmina a realizar ciertas acciones.

Muchas personas no están enteradas que en realidad estan motorizadas por más de un deseo. Al propio –infaltable- se le agregan: el de la madre, el del padre, el del maestro, el del profesor, el del cónyuge, el del gobierno, el de los organismos internacionales de crédito y un extenso etcétera.

Si la persona no se da cuenta cómo lo están empujando a realizar ciertas cosas, no se entera que su cuerpo está siendo usado para dar curso a deseos ajenos. Algo parecido a la esclavitud pero mucho más disimulado.

A veces esas personas se sienten excesivamente cansadas, doloridas, desmotivadas, extrañas consigo mismas y ésta puede ser una explicación muy válida. Así como en algunas ciudades hay robo de energía eléctrica, de impulsos telefónicos, de gas por cañería, de señal de televisión por cable, de agua potable sin que los que la pagan se den cuenta que están pagando el consumo de otros, muchas veces sucede que nuestro cuerpo está siendo usado para dar curso al deseo de otras personas y eso nos produce una pérdida que la sentimos pero no la registramos. La padecemos sin darnos cuenta.

Ejemplos aclaratorios: Estudiamos medicina porque es el deseo de papá, nos vestimos con ropa oscura porque es el deseo de mamá, votamos al partido XX porque es el predilecto del profesor de filosofía, vamos los domingos a visitar a un par de ancianos aburridos porque es el deseo de nuestro cónyuge, y así, otro extenso etcétera.

¿Qué hago con Susanita?


No le puedo decir a Susanita que deseo ser su amigo por lo siguiente:

1) Temo que ella me rechace. Por ejemplo yo le diría: «Susanita, me gustás mucho y quiero saber más de vos, quiero que hablemos, que nos veamos más a menudo» ¿y si ella me mira con desprecio y me dice algo así como «Cómo se te ocurre imaginar que yo puedo llegar a ser tu amiga»?. ¡Me muero! No soporto ni imaginarlo.

2) Para mis adentros reconozco que las cosas que quiero de Susanita son perjudiciales para ella porque son enloquecidamente favorables para mí. No puedo pensar que algo que me beneficie tanto, pero tanto, no sea inevitablemente perjudicial para quien me concede ese beneficio.

3) Tengo cosas que para mí son muy valiosas (aunque no sé objetivamente si lo son de verdad). El hecho es que para mí son todo lo que tengo y deseo seguir teniéndolas. Como pienso que lo mismo que yo aprecio todos los demás también lo aprecian, temo que si a Susanita le «abro la puerta» de mi vida, ella se aproveche y me robe todo lo valioso que tengo. Por lo tanto prefiero seguir mirándola por la ventana.

4) Supongamos que yo consiguiera coraje de no sé dónde y que me animara a plantearle con total soltura (y hasta con desparpajo) cuánto deseo ser su amigo, ¿no estaré propiciando que ella también actúe con desparpajo hacia mí y se convierta en una abusadora imparable?

¡No sé que hacer con Susanita!

¿De quién es mi vida?


Cuando en una sociedad no está claramente establecido el derecho de propiedad, aumentará la cantidad de ciudadanos irresponsables de los bienes ajenos (robo, vandalismo, graffiti, homicidio).

Es propio de la literatura jurídica la expresión «...cuidará y conservará los bienes como un buen padre de familia», que dicho de otra manera podría expresarse «cuidará algo ajeno como si fuera propio».

Claro que acá se está dando por sentado que las personas son cuidadosas con lo propio, porque si no lo fueran tanto destrozarán (por ejemplo) un auto alquilado como a uno propio.

Vamos a suponer que la inmensa mayoría de las personas cuidan bien lo que les costó un gran esfuerzo obtener y/o lo que necesitan mucho. Esa persona se comporta como «un buen padre de familia» si tiene esa conducta cuidadosa con lo que no le costó un gran esfuerzo obtener y/o con lo que no necesita mucho. Lo cuida porque «un buen padre de familia» respeta a los bienes ajenos y a las necesidades ajenas (tanto como a las propias).

Podría decirse que el bien más preciado ES LA VIDA. Un «buen padre de familia» cuida la vida propia tanto como la ajena.

Pero acá ingresa otro dato sustancial: Cuando la sociedad no le reconoce al individuo la real propiedad de los bienes, entonces es alguien que no tiene bienes propios y por lo tanto no tiene nada para cuidar. Como no tiene nada para cuidar tampoco cuidará los bienes ajenos como a los propios porque estos no están.

En suma: cuando en una sociedad no está claramente establecido el derecho de propiedad, aumentará la cantidad de ciudadanos irresponsables de los bienes ajenos (robo, vandalismo, graffiti, homicidio).

«Busco raptor con experiencia»


Todos necesitamos ser tenidos en cuenta y sobre todo ser mirados.

La sensación de inseguridad ciudadana tiene mucho que ver con esto.

Cuando la necesidad que tenemos de ser tenidos en cuenta y observados se extralimita (exagera), se convierte en temor a ser robados, cosa que a veces se confirma, pero no tantas veces como para que uno pueda afirmar categóricamente que siempre nos están mirando, observando y acechando para hacernos daño.

Es tan fuerte la necesidad a ser tenidos en cuenta que padecemos algún tipo de paranoia.

Ésta suele estar provocada por el deseo de ser deseados, envidiados y su consecuencia: ser robados (en algún caso, también ser secuestrados o raptados, aunque no es tan frecuente que alguien tema esto).

Nota: La imagen corresponde al óleo del pintor alemán Peter Paul Rubens (1577-1640) titulado El rapto a las hijas de Leucipo.