Nuestro
cuerpo suele ser usado para satisfacer deseos de otras personas y eso nos
produce un cansancio inexplicable.
El deseo de un ser humano es la presión interior que recibe para hacer
ciertas cosas y que generalmente termina haciendo. Quizá debí decir: siempre
termina haciendo, excepto que las condiciones exteriores se lo impidan.
Ese motor del que estamos dotados funciona siempre que estemos vivos.
Después deja de funcionar. O porque deja de funcionar es que morimos. Realmente
no sé si algo de esto sucede primero, si alguno es consecuencia del otro, si son
simultáneos. Sólo sé que el deseo está y que, empuja, incentiva, promueve,
estimula, nos conmina a realizar ciertas acciones.
Muchas personas no están enteradas que en realidad estan motorizadas por
más de un deseo. Al propio –infaltable- se le agregan: el de la madre, el del
padre, el del maestro, el del profesor, el del cónyuge, el del gobierno, el de
los organismos internacionales de crédito y un extenso etcétera.
Si la persona no se da cuenta cómo lo están empujando a realizar ciertas
cosas, no se entera que su cuerpo está siendo usado para dar curso a deseos
ajenos. Algo parecido a la esclavitud pero mucho más disimulado.
A veces esas personas se sienten excesivamente cansadas, doloridas,
desmotivadas, extrañas consigo mismas y ésta puede ser una explicación muy
válida. Así como en algunas ciudades hay robo de energía eléctrica, de impulsos
telefónicos, de gas por cañería, de señal de televisión por cable, de agua
potable sin que los que la pagan se den cuenta que están pagando el consumo de
otros, muchas veces sucede que nuestro cuerpo está siendo usado para dar curso
al deseo de otras personas y eso nos produce una pérdida que la sentimos pero
no la registramos. La
padecemos sin darnos cuenta.
Ejemplos aclaratorios: Estudiamos medicina porque es el deseo de papá, nos
vestimos con ropa oscura porque es el deseo de mamá, votamos al partido XX
porque es el predilecto del profesor de filosofía, vamos los domingos a visitar
a un par de ancianos aburridos porque es el deseo de nuestro cónyuge, y así, otro
extenso etcétera.
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