No le puedo decir a Susanita que deseo ser su amigo por lo
siguiente:
1) Temo que ella me rechace. Por ejemplo yo le diría: «Susanita, me gustás mucho y quiero saber
más de vos, quiero que hablemos, que nos veamos más a menudo» ¿y si ella me
mira con desprecio y me dice algo así como «Cómo se te ocurre imaginar que yo
puedo llegar a ser tu amiga»?. ¡Me muero! No soporto ni imaginarlo.
2) Para mis adentros
reconozco que las cosas que quiero de Susanita son perjudiciales para ella
porque son enloquecidamente favorables para mí. No puedo pensar que algo que me
beneficie tanto, pero tanto, no sea inevitablemente perjudicial para quien me
concede ese beneficio.
3) Tengo cosas que
para mí son muy valiosas (aunque no sé objetivamente si lo son de verdad). El hecho es que para mí son
todo lo que tengo y deseo seguir teniéndolas. Como pienso que lo mismo que yo
aprecio todos los demás también lo aprecian, temo que si a Susanita le «abro la
puerta» de mi vida, ella se aproveche y me robe todo lo valioso que tengo. Por
lo tanto prefiero seguir mirándola por la ventana.
4) Supongamos que
yo consiguiera coraje de no sé dónde y que me animara a plantearle con total soltura
(y hasta con desparpajo) cuánto deseo ser su amigo, ¿no estaré propiciando que
ella también actúe con desparpajo hacia mí y se convierta en una abusadora
imparable?
¡No sé que hacer
con Susanita!
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