No podemos ser objetivos cuando opinamos de otro. Por el contrario, proyectamos en él lo que inconscientemente pensamos de nosotros mismos.
Cuando opinamos de otras personas, exhibimos qué de nosotros
mismos vemos en él.
Un refrán dice: «Si
Juan habla de Pedro, dice más de Juan que de Pedro».
Dicho de otra forma, en la mayoría de los casos proyectamos
en los demás, aspectos propios que por algún motivo rechazamos.
Es como si el otro fuera un espejo en el que nos observamos,
pero suponiendo que la imagen que nos devuelve es propia del espejo y no un
simple reflejo.
Cuando pensamos que nuestra persona amada no tiene sus
sentimientos tan firmes como desearíamos, son nuestros propios afectos los que
se han debilitado, pero si nos cuesta aceptar esa realidad, los percibimos como
si fueran de ella.
Si opinamos que los ricos son todos ladrones, exhibimos que nuestra
creatividad para progresar económicamente no va más allá del robo (aunque otras
características nos inhiban delinquir).
De manera similar, cuando alabamos a otra persona, lo
hacemos para no jactarnos directamente. Decir que alguien es muy inteligente,
equivale a decirlo de sí mismo. Decir que alguien es muy honesto, equivale a
decirlo de sí mismo.
Es un buen método para conocerse a uno mismo observar qué
opinamos de los demás bajo la hipótesis de que esas descripciones son
autobiográficas.
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