domingo, 7 de abril de 2013

El capitalismo rechaza la explotación




El mercado laboral capitalista no acepta personas que se maten trabajando sino solo a quienes produzcan y sigan viviendo.

Pensemos en un desayuno con huevos fritos y tocino.

El filósofo hambriento, dispuesto a comer, quizá piense cuáles fueron los roles de la gallina y el cerdo.

Para él es fácil pues está acostumbrado a volar con su imaginación y pensar en eso no lo distrae de tan fantástico placer gastronómico; simplemente dirá para sus adentros: «¡Bah, la gallina asume un compromiso mucho menor que el cerdo!».

¿Qué es esto?

La gallina puso los huevos y siguió viviendo mientras que el cerdo pagó con su vida la elaboración del tocino. ¡Vaya diferencia!

Este desayuno me lleva a pensar en cómo algunas personas complican su vida a tal punto que no pueden ganar el dinero suficiente para tener una vida digna.

Según creo, los perfeccionistas son inútiles profesionales, especialistas en pecar por exceso, los reyes de la vagancia iluminada, joyeros de la nulidad dorada.

Para que el mercado capitalista nos asigne un lugarcito donde hacer nuestros negocios, donde ganarnos la vida, nos pide que actuemos como la gallina, es decir, que hagamos lo suficiente, pero no nos pide que nos matemos trabajando.

Los perfeccionistas, sin embargo, interpretarán que el mercado capitalista nos pide que actuemos como el cerdo que participó en el contenido del tocino, hablará de explotación, pensará que es tan delicioso, (¿rico?), que el mercado pretende devorárselo.

A partir de esta configuración de mundo, el cerdo-perfeccionistas huirá despavorido del mercado laboral capitalista porque entenderá que ahí quieren comérselo, devorarlo, explotarlo, robarle su sabroso cuerpo.

El mercado laboral capitalista, que no se caracteriza ni por lo tolerante, ni por lo comprensivo, ni por lo paternal, protector y asistencialista, dejará fuera de juego a quienes, como el cerdo, se maten trabajando.

(Este es el Artículo Nº 1.817)

Esopo y el desinterés por ganar dinero



 
El genial Esopo ganó su fama por su talento y porque a los ricos les resulta  beneficioso invertir en publicitarlo.

Una fábula de Esopo (1) cuenta que un avaro canjeó todos sus bienes por monedas de oro y las guardó en un cofre que enterró en un lugar secreto.

Diariamente iba a visitar la fortuna acumulada en su vida y soñaba con hacer esto o aquello utilizando las posibilidades reales que le permitía aquel enorme capital.

Alguien que observó la conducta del avaro, esperó el momento oportuno y robó el tesoro.

Podemos imaginar el duelo del avaro cuando constató que todos sus proyectos, sueños y posibilidades habían desaparecido para siempre.

Un vecino, apenado por la congoja del avaro, le dio una solución muy inteligente, diciéndole: «Ya que ninguno de tus proyectos realistas pensabas ponerlos en práctica porque solo atinabas a soñar con ellos, pon un ladrillo en el hueco que dejó el ladrón e imagina que ese es tu cofre con oro».

Lamentablemente el avaro no se consoló mirando el ladrillo.

Comentarios:

1) Algunos se regocijan observando lo que han logrado, tanto sea la fortuna material, como la familia que los rodea, como el prestigio que han sembrado en el colectivo al que pertenecen;

2) Por el contrario, algunos se regocijan tan solo imaginando que podrían haber logrado esa misma fortuna, esa misma familia y ese mismo prestigio.

El vecino que sugirió poner un ladrillo en lugar del cofre, pertenece a este grupo de soñadores que prescinden cómodamente de la realidad material pues con imaginar les alcanza;

3) Que el personaje realista sea un antipático avaro nos permite entender que la fama de Esopo se debe a su talento y al patrocinio de los ricos que necesitan la existencia de muchos pobres, imaginativos y soñadores desinteresados en luchar por ganar dinero.

 
(Este es el Artículo Nº 1.836)

Un cónyuge encarcelado es fiel

 
Algunos presidiarios están encarcelados porque su cónyuge, temiendo una dolorosa infidelidad, lo induce a delinquir porque encerrado le será fiel.

Hace unos años les comentaba que la infidelidad provoca unos estallidos de furia desproporcionados solo si no entendemos el motivo que los causa. Entendiendo la justificación del enojo dejamos de considerarlos como desproporcionados.

La persona que tiene relaciones extramatrimoniales tiene la sensación de que no está haciéndole ningún daño al cónyuge, por eso no entiende por qué tiene que ocultarlas ni por qué surgen insólitos escándalos si son descubiertas.

En aquel comentario (1) proponía la hipótesis según la cual en toda relación matrimonial cada integrante tiene la sensación de poseer, en el cuerpo de su cónyuge, el sexo que le falta, es decir, que la esposa tiene la sensación de que al estar casada con su marido, inconscientemente alcanza la perfección porque dispone de un pene, mientras que el esposo tiene la sensación de que al estar casado con su esposa, inconscientemente alcanza la perfección porque dispone de útero, senos y vagina.

Según las creencias del psicoanálisis nadie está capacitado para negar cualquier hipótesis que tenga en cuenta los contenidos del inconsciente porque estos contenidos son, por definición, desconocidos, ignorados, absolutamente inaccesibles a la conciencia.

El límite a estas hipótesis está dado porque ningún ser humano puede disponer de contenidos inconscientes no-humanos.

Por lo tanto, la furia de quien se siente traicionado por el cónyuge infiel está plenamente justificada si aceptamos que la inocente relación extramatrimonial constituyó en realidad una violación homosexual pues la infidelidad se cometió sin el consentimiento del otro y con una persona de su mismo sexo (si no entendió, relea más despacio).

Terminado este repaso del mencionado artículo (1), agrego que algunos presidiarios están encarcelados porque su cónyuge prefiere una violación heterosexual (el VideoComentario lo ayudará).

 
(Este es el Artículo Nº 1.861)


Los medios de comunicación atrofian nuestro juicio


Las exageraciones de los medios de comunicación pueden discapacitarnos para conservar la noción de proporcionalidad que equilibra nuestro juicio.

La idea principal de un artículo publicado hace más de dos años (1) refería a que es difícil modificar una creencia popular, tanto sea en sentido positivo como en sentido negativo, aunque justo es reconocer que nos cuesta mucho ascender en la consideración social, pero que alcanza un desliz desafortunado para que el buen nombre adquirido con años de una trayectoria intachable se hagan añicos.

Con solo hacerle algunos retoques, eso que ocurre a nivel social también podemos pensarlo a nivel individual.

Para ser breve y claro, no tengo más remedio que apelar a un ejemplo doloroso, cruel, molesto.

Es frecuente que cada vez que ocurre algún hecho desafortunado con alguno de nuestros conciudadanos (vecinos, pobladores de nuestro país, individuos), los medios de comunicación, (periódicos, radios, televisoras), hagan una cobertura muy amplia, intensa, dramática y eventualmente escandalizante de ese infortunio personal.

Estoy pensando, por ejemplo, en un acto de mala praxis médica, en un homicidio provocado por un delincuente que suponíamos encarcelado, en un rapto con pedido de rescate.

Nuestro cerebro, nuestra sensibilidad, nuestras emociones se conmocionan anormalmente si los medios de comunicación le dan a esas desgracias personales una magnitud de tragedia nacional.

Nuestras mentes no pueden discernir que se trata de un caso aislado, lamentable pero individual, personal, inherente a la mala suerte de una persona o, eventualmente, de unos pocos allegados a la víctima.

Propongo pensar en que la exageración de los comunicadores atrofia, distorsiona, empobrece nuestra capacidad de comparar, magnificar, evaluar, ponderar, estimar, medir, justipreciar, valorar, calcular.

Peor aún, perdemos la noción de cómo responder con proporcionalidad a un perjuicio, por ejemplo, golpeando a quien nos insulte.

En el ámbito laboral, esta discapacidad nos quita competitividad y eficacia.

 
(Este es el Artículo Nº 1.838)


Sobre anomia y anonimato

 
Quienes logran buena competencia lingüística tienen más posibilidades de comunicarse, de comprender las normas de convivencia y de ganar dinero.

En idioma español la palabra «anomia» (1) tiene dos significados:

1) Ausencia de normas que regulen la conducta de los ciudadanos; y
2) Dificultad mental para recordar el nombre de las cosas o personas.

En otros artículos (2) he mencionado la importancia que tiene la competencia lingüística para conseguir recursos económicos que nos permitan vivir dignamente.

Ahora les comento algo que quizá alguien pensó antes que yo, pero que para mí es novedoso.

Hay personas que tienen dificultades para respetar las leyes. Son personas que tanto pueden comportarse de forma irrespetuosa, (insultar, desconocer el orden de una fila, burlarse de la policía), como, en casos más graves, delinquir (robar, herir, matar).

Por otro lado, algunas personas no pueden comunicarse con los demás porque, o no disponen de la cantidad de palabras necesarias o alguna vez las supieron pero tienen dificultades para expresarlas. Se los reconoce porque tienen la sensación de que ese vocablo olvidado «está en la punta de la lengua».

Aunque son dificultades de diferente categoría, los resultados terminan siendo los mismos: una persona que no respeta las normas de convivencia tiene tantas dificultades para ganar dinero como otra que tiene dificultades para comunicarse por falta de léxico suficiente.

Podríamos agregar además que la palabra «anomia» no solo tiene una similitud fonética con «anónimo» sino que conceptualmente podemos pensar que una persona con dificultades para respetar las normas de convivencia y con dificultades para comunicarse hablando o escribiendo, difícilmente adquiera una identidad suficientemente reconocida por el resto de la sociedad.

Por el contrario, quienes logran un buen desempeño lingüístico tienen más posibilidades de comprender y respetar las normas de convivencia además de mejorar su capacidad para ganar dinero.

       
(Este es el Artículo Nº 1.826)