miércoles, 9 de abril de 2014

Sentimientos en el supermercado


Hay quienes afirman que en los supermercados se compra más barato. Lo que en realidad les ocurre es que si divierten con por lo menos tres diferentes estímulos expuestos en este artículo.

Los humanos curiosos tenemos asegurado el entretenimiento hasta que muramos. Los humanos poco curiosos quizá tiendan a aburrirse.

Una de las mayores incógnitas refiere al deseo y este es tan difícil de comprender precisamente porque nuestra actividad indagatoria está motorizada por él. Nos pasa lo mismo que le pasaría a un motor que intente saber sobre motores.

Este video y artículo refieren a cómo los supermercados y las grandes tiendas de autoservicio han encontrado, por puro ensayo y error, una estimulante forma de comercialización, que ha logrado que los humanos compremos en un solo lugar hasta lo que no necesitamos.

Es estimulante la sensación de abundancia que nos exhibe. Quizá algo así fue el paraíso bíblico. Como esta es una obra literaria, redactada por algún novelista muy adelantado para su época, ahora le copiamos la idea y ofrecemos un lugar ideal, con temperatura constante y perfecta, donde se pierde la noción del tiempo, con música alegre, con el permiso para tocarlo todo, mirarlo, olerlo, leerlo, como un anticipo de lo que, seguramente, será el acto de apoderamiento definitivo, es decir, el acto de comprar.

También es estimulante la sensación de poder que sentimos, con todos esos bienes que parecen pertenecernos. Quizá un señor feudal, al recorrer las tierras de su dominio, se sentía como nosotros ahora en un supermercado. Quizá el supermercado es, para cada cliente, la despensa del castillo, a la que podemos bajar para tomar lo que el apetito, la curiosidad, la fantasía, los caprichos, demanden.

No hace mucho tiempo (cursa el año 2014), se vieron por televisión cómo en algunas ciudades de nuestro continente americano, se producían saqueos a supermercados. Las escenas eran increíbles: gente común, corriendo por la calle abrazada a un televisor, a electrodomésticos pequeños, a botellas. El afán depredatorio, característico de nuestra especie, liberado coyunturalmente, daba lugar a que esas personas, comunes como nosotros, cayeran en un frenesí de apoderamiento, afiebrado, insólito. Estos hechos nos permiten suponer que todos los días, todos los clientes tenemos la tentación de robar algunos de los objetos que parecen extraviados en una abundancia obscena.

Así jugamos a que somos millonarios, o reyes, o señores feudales, o ladrones, arrebatadores, asaltantes, saqueadores, piratas. Al final de cada partida, pasamos juiciosamente por la caja para dejar ahí el verdadero valor de la mercadería, más el costo que nos cobran por haberles usado el supermercado como parque de diversiones.

(Este es el Artículo Nº 2.180)


Los delincuentes satisfacen nuestras expectativas


Si con una reinterpretación de quiénes y cómo somos los ciudadanos comunes lográramos entender que los delincuentes no necesariamente habrán de reincidir en sus delitos, estos comenzarían a modificar su conducta delictiva.

En otro artículo de reciente publicación (1), les comento que los delitos contra la propiedad (robo) tienen milenios de existencia porque, entre otras causas, somos incoherentes.

La incoherencia surge, según esta hipótesis, en que no admitimos que todos somos irrespetuosos de la propiedad ajena (es decir, somos ladrones por naturaleza), pero que aparentamos ser honrados por temor a los castigos que la ley impone para este tipo de actos. En otras palabras: somos ladrones y a la vez cobardes, temerosos de ser castigados.

No podemos admitir estos hechos porque nos parece incoherente que la mayoría seamos ladrones y cobardes. La hipótesis incluye pensar que, si pudiéramos asumir estas dos particularidades tan vergonzosas, seguramente nuestra relación con los ladrones pero valientes (es decir, los ladrones activos), sería diferente.

En el presente artículo les comento algo más.

También podríamos admitir que es muy poco probable que un ser humano defraude a los demás. Sin embargo, en nuestra cultura occidental, partimos del supuesto que los ladrones activos son capaces de defraudarnos porque, a su vez, creemos que los honrados nunca defraudamos.

De más está decir que todos podemos defraudar las expectativas de los demás, pero insisto en afirmar que esta es la excepción y no la regla. La necesidad que todos tenemos de ser aceptados por el colectivo al que pertenecemos (nación, familia, club deportivo) nos obliga inevitablemente a conservar los lazos que tenemos con todos ellos. Una de las acciones automáticas es no defraudar, no traicionar el sentimiento ajeno que nos mantiene formando parte de la sociedad.

Por este motivo, si los honrados (léase: ladrones cobardes) tenemos la expectativa de que los condenados por robo son los único ladrones, sin darse cuenta, inconscientemente, ellos tratarán de no defraudarnos. Aunque la mayoría interpreta que los delincuentes son ladrones reincidentes (contumaces) lo que probablemente ocurra es que ellos no puedan defraudar nuestras expectativas.

Si con una reinterpretación de quiénes y cómo somos, lográramos modificar esas expectativas que tenemos de los condenados por robo paulatinamente comenzarían a modificar su conducta delictiva.


(Este es el Artículo Nº 2.171)


Delitos contra la propiedad y la incoherencia


Estamos convencidos que el apego a la lógica es tranquilizador, aunque deberíamos reconocer que no siempre es así y que la racionalidad puede ser un dogma pasible de ser revisado.

Con frecuencia oímos decir que los niños infractores no nacieron ladrones sino que fue la sociedad la que los indujo a esa conducta o, al menos, les permitió que se transformaran en antisociales.

Seguramente algo de verdad existe en esta afirmación, pero podría agregarse algo más.

Podría pensarse que todos nacemos ladrones, aunque en el proceso de aprendizaje nos volvemos más y más inhibidos para hacer algo que está expresamente condenado por el código penal.

Esta forma de describir los hechos incorpora un matiz que puede ser valioso a la hora de evaluar la conducta de los infractores. No es lo mismo decir que ellos son defectuosos a decir que ellos son desinhibidos y que no tienen tanto miedo como los que nos autodefinimos como honrados.

Podría adelantar una conclusión algo paradójica: Si nos imponemos la obligación de ser coherentes quedamos expuestos a la inseguridad ciudadana.

Efectivamente: por un lado ensalzamos a los valientes, criticamos a los miedosos, pero resulta que para ser honrados tenemos que ser temerosos de las amenazas impuestas por la ley.

La compulsión a ser coherentes nos obliga a caer en una debilitante contradicción: o somos cobardes y honrados o somos valientes pero delincuentes. Esto nos llevaría a pensar que padecemos las acciones delictivas porque nos obligamos a ser coherentes y nos sentimos en falta cuando no podemos serlo.

En otras palabras: nuestra cultura pro-coherencia les está diciendo a quienes roban por falta de temor a los castigos, que no son valientes, pero también nos dice a todos que la ausencia de miedo es una característica que valoramos.

Conclusión: quizá debamos comenzar a pensar que sería positivo oficializar la incoherencia como un rasgo valioso de nuestro funcionamiento mental. A veces tenemos que apartarnos de la lógica. La razón no tiene cabida en cualquier circunstancia.

Creo que esta propuesta puede generar miedo a un caos, a la anarquía. En nuestra cultura creemos que el apego a la lógica es tranquilizador, aunque deberíamos reconocer que no siempre es así y que la racionalidad puede ser un dogma pasible de ser revisado.

(Este es el Artículo Nº 2.189)


Cónyuges y hermanos menores


Los celos que se desatan causados por la infidelidad conyugal son tan destructivos porque resultan de la acumulación de los celos que no pudimos manifestar hacia nuestros hermanos menores, más los que se generan en la relación matrimonial.

¿Por qué los celos pueden llegar a inspirar deseos homicidas entre cónyuges? Una posible respuesta breve sería: Por desplazamiento.

Los celos quizá sean una especie de hambre afectiva. Necesitamos ser amados, especialmente por quienes más necesitamos. El modelo inicial es la madre. Necesitamos a mamá cuando acabamos de nacer, y luego también y más luego también, aunque ella sea remplazada por otra persona.

Generalmente los varones deseamos que mamá sea remplazada por otra mujer, pero si somos homosexuales deseamos que el sustituto sea masculino. Generalmente las mujeres desean que mamá sea remplazada por un varón, pero si son lesbianas desean que la reemplazante sea femenina.

Cuando somos más pequeños, más vulnerables y más necesitados de mamá, el nacimiento de un hermano equivale a un destierro, máxima pena impuesta por los griegos a los peores delincuentes y traidores.

Lo que siente un niño cuando nace un hermano es imposible de describir, entre otros motivos porque el capital verbal de quien lo padece es particularmente pequeño, pero sobre todo porque la pasión asesina inunda cada rincón afectivo con una ola de lava.

Sin embargo, la tragedia empeora, porque los adultos, que deberían amar y proteger al pequeño, en lugar de comprenderlo, mimarlo, alentarlo, reconocer por el calvario que está pasando, se dedican a relativizar el motivo de sufrimiento. Lo alientan diciéndole que ahora va a tener un hermanito con quien jugar y demás tonterías, inaceptables para quien sea y muchos más inaceptables para el niño que sufre la amenazante invasión.

El fenómeno vuelve a repetirse, con matices, cuando nuestro cónyuge (mamá sustituta) nos informa que también se complace teniendo sexo con otros. Sin embargo, esta historia que se repite adolece de una variante fatal: quienes se enteran de la situación, no vienen a decirnos que ahora vamos a tener un amante de nuestro cónyuge para ir a ver fútbol, nos alientan a que los matemos a él y a ella cuando están juntos, o que lo matemos a él solo, o que la matemos a ella.

En suma: debemos aceptar que nuestros padres se llenes de hijos, pero no debemos aceptar que nuestro cónyuge se llene de amantes.

Los hermanos menores son tan insufribles como los amantes de nuestro cónyuge, pero como no podemos protestar por los hermanos, entonces juntamos el odio que nos inspiran ambas situaciones. Es por eso que los celos de la infidelidad conyugal son desproporcionadamente destructivos.

 (Este es el Artículo Nº 2.177)


La desinstalación de software


Cada vez es más difícil actuar en la ilegalidad y quienes igualmente delinquen son atrapados con mayor facilidad.

Somos mejores de lo que aparentamos, pero la economía de mercado nos obliga a ser peores para tener que comprar asesoramiento innecesario.

Todos estamos confabulados para obligarnos a ser tan inseguros que debamos consultar todo lo que tenemos que hacer.

No solamente les damos trabajo a muchas personas sino que además nos denunciamos, como en un régimen donde las libertades individuales estén severamente recortadas.

Los humanos nacemos con instintos bastante completos y podríamos arreglarnos solos, sin tener que consultar sobre asuntos de salud, administrativos, éticos, legales, laborales, matrimoniales, de alimentación, sexualidad, gestación y cualquier otro tema importante para la vida. 

Somos buenos ciudadanos si tenemos la inseguridad suficiente como para no sentirnos capaces de resolver nuestras dificultades por nosotros mismos, pensando, estudiando, arriesgándonos a probar las soluciones que obtenemos imaginando, razonando, ensayando.

Esto funciona así, no solamente para darle ocupación a los miles de especialistas que tienen que ganarse la vida, sino por algo más tenebroso.

Efectivamente, si fuéramos capaces de resolver nuestros propios problemas seríamos personas de las que se sabría muy poco.

Por ejemplo, cada pregunta que le hacemos a un técnico genera en este varias preguntas (aclaratorias, ampliatorias, confirmatorias), con lo cual nos exponemos a un interrogatorio casi policíaco. Si tenemos información para ocultar, quizá evitemos tener problemas que nos obliguen a consultar pues sabemos que el consultado puede hacernos preguntas que no estemos dispuestos a responder.

Por lo tanto, no solo damos mucha información cuando nuestras compras son pagadas con tarjetas de crédito, sino que también estamos compartiendo nuestra vida y obra con todos a quienes consultamos hasta por la cosa más pequeña.

Dicho de otro modo: si somos personas inseguras, obligadas moral y culturalmente a consultar a otros sobre cómo hacer, resolver, entender, saber, estamos teniendo una existencia muy transparente. Quienes tienen intenciones de actuar en la ilegalidad se encontrarán con este obstáculo difícil de eludir: siempre estaremos dejando huellas de nuestros pasos, sean estos legales o ilegales

Alguien puede decir: ahora contamos con Internet y muchas de nuestras consultas encuentran respuestas en la web. Pues bien, lo que consultamos en Internet también queda registrado, en nuestra computadora y en los servidores.

En suma: cada vez es más difícil actuar en la ilegalidad, y quienes igualmente delinquen, son atrapados con mayor facilidad.

(Este es el Artículo Nº 2.157)


La guardaespaldas


Roberto Carlos Gómez fue un joven emprendedor, que supo recorrer las aulas de unas cuantas universidades especializadas en márquetin, negociación, relaciones humanas y, seguramente, alguna otra.

Cuando era joven, le ofrecieron un negocio muy arriesgado pero altamente rentable: llevar dinero a Ciudad Juárez, en México, en la frontera con Estados Unidos.

Estuvo averiguando en Internet por qué le ofrecían tanto dinero por llevar dólares en un maletín y entregarlo personalmente a ciertas personas. El asunto se aclaró enseguida cuando se enteró de la elevadísima tasa de criminalidad existente en ese lugar.

Con las ideas más claras, le pidió a un conocido que le enviara no menos de diez candidatos para guardaespaldas, con la condición de que su aspecto no fuera delator.

El conocido le envió a diez personas pero solo una no parecía guardaespaldas. Todas las demás no podían disimular su oficio. Esa única persona fue descartada de plano porque se trataba de una joven, probablemente de origen indígena del altiplano, con edad indefinida, que apenas hablaba español.

Roberto Carlos pensó que era una broma del desconocido, pero luego supo que no.

Después de haber sido descalificada sin que la escucharan, se acostó en la entrada de la oficina y, cuando los ocupantes fueron a salir, casi la pisan.

La muchacha se puso de pie, no medía más de un metro sesenta, se alisó la ropa, miró a los ojos del incrédulo empleador y le dijo algo así como «Quiero ser su guardaespaldas».

Roberto Carlos pensó en llevarla como escort, es decir, como acompañante erótica, porque la muchacha era bastante sexy, aunque objetivamente poco bella.

Ahora sí, en un breve interrogatorio, le preguntó cómo lo defendería y ella apenas dijo que su especialidad era aplicar técnicas que todos habían olvidado.

La ambición del joven empresario y el deseo de tener su primera aventura sexual con una indígena, lo llevaron a contratarla pero, en su interior pensó que los honorarios serían muy inferiores a lo que estaba dispuesto a pagarle a un profesional.

Los días en Ciudad Juárez fueron transcurriendo sin novedades. La muchacha lo acompañaba a todos lados, seguía durmiendo en la puerta de la habitación del hotel, se la veía serena, inclusive cuando recorrían los suburbios de la ciudad caminando en zonas densamente pobladas, sin calles ni veredas ni luz.

Cuando Roberto Carlos ya había ganado una fortuna llevando y trayendo remesas cada vez mayores, surgió una complicación.

Salieron del hotel como siempre, estuvieron recorriendo la zona céntrica en un coche con taxímetro, se bajaron en una zona muy pobre y comenzaron a caminar con la valija.

Desde las sombras aparecieron cinco hombres que les cerraron el paso. Uno les pidió la valija. La muchacha dio un paso al costado para cubrir con su cuerpo la parte inferior de Roberto Carlos, hubo unos segundos de silencio, se sintió que la joven gimoteaba, respiraba con profundidad y comenzó a llorar como si fuera un niño de pocos meses. Exactamente con la misma estridencia, capaz de destrozarle los nervios a cualquier adulto. El llanto comenzó a ganar volumen, se encendieron varias luces en las casas, se abrieron puertas, salieron mujeres dispuestas a socorrer al niño que imaginaron junto a la guardaespaldas. En menos de un minuto la zona se llenó de gente, preguntando «¿Qué le pasa al niño?, ¿dónde está, tiene hambre el angelito?».

A todo esto, en la confusión, los maleantes se perdieron entre el gentío. Roberto Carlos entregó la remesa, pero con ese accidente dio por terminada su profesión de remesero en Ciudad Juárez.

A la muchacha decidió pagarle lo que tenía destinado para un profesional, pero como ella toleraba llevar y traer dinero, aunque no poseerlo, le aceptó bastante menos.

Esto me lo contó la nuera de Roberto Carlos, para explicarme porqué el suegro padece una ligera disfunción neurológica crónica, que habría sido invalidante si la guardaespaldas no lo hubiera puesto detrás de ella cuando comenzó a llorar.

Si los cinco delincuentes siguen vivos, seguramente hace años están cuadripléjicos.

(Este es el Artículo Nº 2.175)


Pensamiento 0 (cero)


La búsqueda del placer saludable suele ser el señuelo que utilizan los estafadores cuando nos prometen lo que desearíamos que ocurriera: hambre cero, delincuencia cero, pobreza cero. La estafa es lograda cuando nuestra capacidad de discernimiento está operando con inteligencia cero.

En las campañas políticas, los demagogos (personas inescrupulosas que no tienen inconveniente en prometer lo que sea con tal de obtener votos que le otorguen poder), abusan de la ingenuidad de los electores, nos engañan como a niños, se burlan de nosotros.

Claro que no son los únicos responsables de este mal uso de la política. Los electores también colaboramos aceptando con irresponsabilidad promesas que notoriamente son proselitistas (guiadas por el único afán de conseguir adhesiones).

El fenómeno forma parte de la conducta religiosa que caracteriza a nuestra especie. Somos capaces de creer en la existencia de un ser superior (Dios), al que le asignamos atributos mágicos y, no conformes con eso, algunos organizan su vida tomando como verdaderas las fantasías creadas en torno a ese personaje de ficción.

Un delirio psicótico es un funcionamiento mental igualmente coercitivo, que guía las conductas del enfermo pero que, a diferencia del pensamiento religioso, no es compartido por otros. La diferencia entre delirio psicótico y creencia religiosa solo es estadística: si muchas personas comparten el mismo delirio (la existencia de Dios), no es un delirio psicótico sino una religión. Si ese mismo funcionamiento lo encontráramos en una sola persona, diríamos que padece una psicosis delirante.

Todo delirio o pensamiento mágico religioso está orientado a complacer, directa o indirectamente, a quien lo vive. El placer orienta casi todos nuestros funcionamientos, mentales y no mentales. Cuando sentimos un dolor, algún proceso interno se desencadena para restablecer la situación no dolorosa (buena salud).

Esta búsqueda del placer saludable suele ser el señuelo que utilizan los estafadores, cuando nos prometen lo que desearíamos que ocurriera: hambre cero, delincuencia cero, pobreza cero. La estafa es lograda cuando nuestra capacidad de discernimiento está operando con inteligencia cero.

(Este es el Artículo Nº 2.150)