Es probable que algunos delincuentes no
puedan ser honestos porque perderían su único rasgo identificatorio (ser
delincuentes).
Para que uno pueda percibir necesita los contrastes. Si
ponemos blanco sobre blanco, no percibimos nada, pero si ponemos negro sobre
blanco, ahí sí que se percibe todo: la figura y el fondo.
Para que alguien se sienta un buen ciudadano, tienen que
existir malos ciudadanos, porque los primeros perseveran en su actitud positiva
gracias a que con ella se sienten existir, constatan tener notoriedad, son
percibidos, otros los registran, los califican, los admiran, los aplauden,.
Estos hechos sociales son fundamentales para conservar la salud mental (e
indirectamente, física por aquello de «cuerpo
sano en mente sano»).
Por su parte los malos ciudadanos también obtienen los
mismos resultados porque se sienten percibidos cuando los exhiben en las
crónicas policiales, cuando son castigados. Aunque parezca insensato, el
recurso de delinquir para sentirse percibidos (y por lo tanto, existentes), es
el menos malo al que pudieron acceder.
Honestos y ladrones obtienen de sus respectivos roles una
sensación sin la cual no podrían vivir: saberse reconocidos, tenidos en cuenta,
registrados, señalados, nombrados, identificados.
Lo mismo sucede con todas las demás polaridades:
ricos-pobres, laboriosos-vagos, puritano-licencioso, sano-enfermo,
memorioso-amnésico, diestro-torpe y así hasta el infinito.
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