sábado, 4 de agosto de 2012

El pecado y el pecador



Porque «El pecado está en la mente del pecador», nuestra honradez debe permanecer fuera de toda sospecha.

Conocemos el proverbio: «Las cuentas claras conservan la amistad».

Existe otro proverbio que afirma: «El pecado está en la mente del pecador».

Con estos dos ingredientes podemos extraer una conclusión, propia de la filosofía cotidiana, de la sabiduría popular: si tenemos que cuidar la administración del dinero, tenemos que ser especialmente cuidadosos cuando exista la posibilidad de que alguien desconfíe de nuestra honradez.

Esta cuestión ya la insinué en otros artículos cuya lectura recomiendo. (1)

El asunto se parece a un líquido o gas inflamables. Hemos podido observar que, en aquellos lugares donde están presentes estos elementos,  abundan los carteles que informan sobre el peligro: cualquier chispa puede convertir el lugar en un caos infernal.

Este estado «combustible» es el que padece nuestra psiquis cuando hemos tenido fantasías, sueños, imaginaciones de robarle nuestra amada madre a nuestro padre y a los hermanos.

El deseo de raptarla, para quienes vivimos en una cultura donde está tan condenado el incesto que no se puede ni mencionar, es algo que necesitamos olvidar radicalmente, como si un cirujano nos hubiera extirpado aquellas aspiraciones.

Porque nuestra memoria se encargó de realizar esta «cirugía radical» es que muchos no pueden creer que yo escriba tan libremente sobre algo que ellos no tienen ni noción y hasta los enoja que alguien (yo) insista con el tema.

El motivo de este artículo es explicar por qué hay que tener tanto cuidado con la administración de dinero ajeno, especialmente cuando un error nuestro puede perjudicar los intereses de otros.

Quien descubra, sospeche o ponga en duda nuestra más absoluta honradez, rápidamente se incendiará con aquel deseo personal de «quedarse con la madre», «robarla», «raptarla».

«El pecado está en la mente del pecador».

   
(Este es el Artículo Nº 1.620)

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