Porque «El pecado está en la
mente del pecador», nuestra honradez debe permanecer fuera de toda sospecha.
Conocemos el proverbio: «Las cuentas claras conservan la amistad».
Existe otro
proverbio que afirma: «El pecado está en la mente del pecador».
Con estos
dos ingredientes podemos extraer una conclusión, propia de la filosofía
cotidiana, de la sabiduría popular: si tenemos que cuidar la administración del
dinero, tenemos que ser especialmente cuidadosos cuando exista la posibilidad
de que alguien desconfíe de nuestra honradez.
Esta
cuestión ya la insinué en otros artículos cuya lectura recomiendo. (1)
El asunto
se parece a un líquido o gas inflamables. Hemos podido observar que, en
aquellos lugares donde están presentes estos elementos, abundan los carteles que informan sobre el
peligro: cualquier chispa puede convertir el lugar en un caos infernal.
Este estado «combustible» es el que padece nuestra
psiquis cuando hemos tenido fantasías, sueños, imaginaciones de robarle nuestra
amada madre a nuestro padre y a los hermanos.
El deseo de
raptarla, para quienes vivimos en una cultura donde está tan condenado el
incesto que no se puede ni mencionar, es algo que necesitamos olvidar
radicalmente, como si un cirujano nos hubiera extirpado aquellas aspiraciones.
Porque
nuestra memoria se encargó de realizar esta «cirugía radical» es que muchos no
pueden creer que yo escriba tan libremente sobre algo que ellos no tienen ni
noción y hasta los enoja que alguien (yo) insista con el tema.
El motivo
de este artículo es explicar por qué hay que tener tanto cuidado con la administración
de dinero ajeno, especialmente cuando un error nuestro puede perjudicar los
intereses de otros.
Quien
descubra, sospeche o ponga en duda nuestra más absoluta honradez, rápidamente
se incendiará con aquel deseo personal de «quedarse con la madre», «robarla»,
«raptarla».
«El pecado
está en la mente del pecador».
(Este es el
Artículo Nº 1.620)
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