lunes, 7 de octubre de 2013

La costumbre inescrupulosa y sagrada de regatear



 
Regatear es tanto una pésima costumbre de negociantes inescrupulosos, como una práctica sagrada que sería de muy mal gusto evitar.

Fui comerciante durante muchos años y, lo confieso, no soporto a la gente que intenta regatear.

Aunque, como todo energúmeno, me creo el rey de la ecuanimidad, la ponderación y el equilibrio emocional, siento ganas de echar a patadas a quien osa pedirme rebaja en el precio que tan juiciosamente he puesto a mis mercancías.

La corrosiva indignación se sustenta en el razonamiento de que, si yo rebajara un solo peso al precio que le cobro al comprador, estaría demostrando que, de no ser por su oportuna gestión, yo me habría quedado con ese peso que estuve dispuesto a renunciar.

Conceder una rebaja es una delación, es una confesión de las malas intenciones que tengo y que justifican que mis clientes deban estar en guardia cuando negocian conmigo.

Si bien la alegría del comprador puede llegar a anestesiar su lucidez, cuando recobra la conciencia tendría que darse cuenta de que yo quise timarlo, estafarlo, abusarme de su actitud confiada y respetuosa.

Hacer una rebaja en el precio equivale a reconocer que este fue fijado de manera abusiva, antojadiza, desprolija, sin profesionalismo, tratando de depredar a los más confiados, tímidos, vergonzosos, serenos.

Toda rebaja señala, sin lugar a confusión, que el vendedor es un estafador, un delincuente, una mala persona, digna de que sus negocios fracasen muchas veces, hasta que tenga que dedicarse a otra actividad donde no tenga posibilidades de practicar sus malas intenciones.

Sin embargo, para muchos pueblos, regatear es sagrado.

Cuentan que cierta vez un profeta árabe pudo hablar con Alá y este le dio la orden de que el pueblo rezara 50 veces por días. Gracias a la habilidad regateadora del profeta, actualmente solo rezan 5 veces.

(Este es el Artículo Nº 2.012)

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