domingo, 2 de diciembre de 2012

El grupo de drogadictos se amplía



     
Como calmamos nuestros remordimientos, —generados por creernos omnipotentes y protagonistas—, con drogas (legales o ilegales), técnicamente somos drogadictos.

El fuego es la sustancia divina en el hombre, que lo diferencia del resto de los animales y lo acerca a los dioses.

Este don otorgado por Prometeo a la humanidad es el que, junto con la enfermiza esperanza, hace que las «Promesas» (palabra que parece estar originada por nuestro gran benefactor, Prometeo) sean creíbles, porque cuando  Prometeo prometió, cumplió, ... aunque sufrió mucho por su traición a los dioses (1).

Efectivamente, siempre tratando de aprender de la mitología griega, cuando Zeus, el jefe máximo de los dioses del Olimpo, se enteró de la transgresión de Prometeo, lo condenó a permanecer atado a una roca del Cáucaso (región montañosa ubicada en el límite entre Asia y Europa).

Prometeo robó el fuego para compartirlo con los humanos. Como ese acto nos benefició, entendemos que el personaje no era un ladrón sino un héroe. El sentimiento que inspira se parece al que provoca Robin Hood, otro ladrón que ayudaba a los pobres y con lo cual el delito se convierte en virtud.

Es oportuno apartarme del tema central para comentar que nuestro respeto a la propiedad depende de cuánto nos beneficiemos con los objetos robados.

El castigo impuesto por Zeus consistió en que diariamente un águila comiera el hígado de Prometeo, de donde es posible imaginar que surgen los remordimientos (morder reiteradas veces) que padecen quienes transgreden las leyes (sienten culpa).

En los humanos ocurre la siguiente cadena causal (conjunto de causas con sus efectos que se convierten en nuevas causas):

Como nos sentimos muy vulnerables nos imaginamos omnipotentes. Esto incluye sentirnos protagonistas y culpables de casi todo.

Como esa culpa nos mortifica (re-mordimientos) y la calmamos tomando drogas (legales o ilegales), técnicamente somos drogadictos.

   

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