Como calmamos nuestros remordimientos, —generados por creernos omnipotentes y protagonistas—, con drogas (legales o ilegales), técnicamente somos drogadictos.
El
fuego es la sustancia divina en el hombre, que lo diferencia del resto de los
animales y lo acerca a los dioses.
Este
don otorgado por Prometeo a la humanidad es el que, junto con la enfermiza
esperanza, hace que las «Promesas» (palabra que parece estar originada
por nuestro gran benefactor, Prometeo) sean creíbles, porque cuando Prometeo prometió, cumplió, ... aunque sufrió
mucho por su traición a los dioses (1).
Efectivamente, siempre
tratando de aprender de la mitología griega, cuando Zeus, el jefe máximo de los
dioses del Olimpo, se enteró de la transgresión de Prometeo, lo condenó a
permanecer atado a una roca del Cáucaso (región montañosa ubicada en el límite
entre Asia y Europa).
Prometeo robó el fuego para
compartirlo con los humanos. Como ese acto nos benefició, entendemos que el
personaje no era un ladrón sino un héroe. El sentimiento que inspira se parece
al que provoca Robin Hood, otro ladrón que ayudaba a los pobres y con lo cual
el delito se convierte en virtud.
Es oportuno apartarme del tema
central para comentar que nuestro respeto a la propiedad depende de cuánto nos
beneficiemos con los objetos robados.
El castigo impuesto por Zeus
consistió en que diariamente un águila comiera el hígado de Prometeo, de donde
es posible imaginar que surgen los remordimientos (morder reiteradas veces) que
padecen quienes transgreden las leyes (sienten culpa).
En los humanos ocurre la
siguiente cadena causal (conjunto de causas con sus efectos que se convierten
en nuevas causas):
Como nos sentimos muy
vulnerables nos imaginamos omnipotentes. Esto incluye sentirnos protagonistas y
culpables de casi todo.
Como esa culpa nos mortifica
(re-mordimientos) y la calmamos tomando drogas (legales o ilegales),
técnicamente somos drogadictos.
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