El apego a la espiritualidad y al idealismo intentan disminuir el temor a ser depredados por nuestros semejantes.
Mi único libro de cabecera es
el Diccionario de la Real Academia Española.
No vayáis a pensar que creo en
él. Lo que ocurre es que solo quiero comunicarme con ustedes y ese libro me
hace pensar que si yo utilizo las palabras con un significado que podamos
compartir, las posibilidades de que nos entendamos serán mayores.
Que aumenten las posibilidades
de que nos entendamos no quiere decir que esto ocurra. Los seres humanos apenas
podemos entendernos porque, quien más quien menos, tiene en su interior un
orador provisto de unos equipos de amplificación tan ensordecedores que casi no
nos dejan oír lo que se nos dice de afuera.
La educación que tratamos de
recibir consiste fundamentalmente en ir bajándole el volumen a ese mega espectáculo
que ocurre en nuestra psiquis.
Los humanos tenemos más
confianza en nosotros que en los demás. Nosotros no pasamos de «comernos las uñas»
y algún otro producto orgánico autocultivado, pero los otros, esos que están
ahí afuera de mí, son capaces de matarme y devorarme.
Por este temor es que no quiero ser «rico». No ser «rico» es un elemento
más que usamos para disuadir a nuestros depredadores naturales (otros humanos).
Ser «rico» significa tanto ser deliciosos como dueños de una fortuna de
valor económico.
En este sentido es lógico deducir que el dinero o cualquier otro
elemento económicamente valioso, constituyen saborizantes, condimentos,
aderezos, adobos, salazones.
En nuestro temor por ser devorados (robados, esquilmados, estafados,
chantajeados, defraudados y demás «molestias» afines), establecemos como
recomendación cultural, abandonar el consumo de carnes, amar la dieta
vegetariana. No queremos ser ricos, no queremos ser comidos ni siquiera en las
tan difundidas y especiales circunstancias de La Tragedia de los Andes.
Algunas
menciones del concepto «La Tragedia de los Andes»:
(Este es el Artículo Nº 1.742)
●●●
No hay comentarios:
Publicar un comentario