domingo, 2 de diciembre de 2012

El Paraíso está fuera de la ley



   
Suponemos que castigaríamos a los delincuentes obligándolos a cambiar porque imaginamos que fuera de la ley se vive mejor.

La pena de muerte no es tan grave.

Aunque usted no lo crea, estamos de acuerdo en compartir esta trágica aseveración. Claro que para llegar a ese acuerdo antes debemos comentar algo referido a qué queremos decir con eso de «pena de muerte».

Cuando los ciudadanos más angelicales piensan en la pena de muerte para que

— nunca más le roben el celular, o
— para que nadie vuelva a raptarle su mascota para después devolvérsela previo pago de un importante rescate, o
— para que se termine esto de rayarle la pintura a los vehículos nuevos,

cuando piensan eso en plena furia por el vejamen del que fueron objeto, no están pensando exactamente en una muerte clínica, sino en algo más light, menos irreversible, más humanitario.

Para comenzar, podemos constatar que todos pensamos en la muerte como solución definitiva.

En segundo lugar, podemos constatar que si contáramos con la autorización legal y religiosa, ninguno estaría dispuesto a ser la mano ejecutora de ese castigo.

Y en tercer lugar lo que realmente queremos no es que los delincuentes dejen de existir, dejen de ser, sino que nos conformaríamos con que dejen de ser delincuentes.

La (supuesta) explicación de este matiz está en cómo nuestro instinto de conservación nos induce la muy conocida «resistencia al cambio» (1).

Efectivamente, los humanos nos resistimos a cambiar...para estar peor, pero amamos cambiar cuando es para mejorar.

Lo que aspiramos para castigar a los delincuentes es que ellos cambien, que dejen de ser como son...  para que sufran, en tanto suponemos que este grupo de personas disfruta robando, matando y haciendo daño.

Suponemos que obligándolos a cambiar sufrirían porque imaginamos que fuera de la ley (¿Paraíso?) se vive mejor.

Algunas menciones del concepto «resistencia al cambio»:

       
(Este es el Artículo Nº 1.758)

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