Si «diagnosticamos» a otro como
«hijo de puta», intentaremos atacarlo para modificarle la mezquindad que presuntamente
heredó de la madre.
Existe la creencia generalizada en que las
prostitutas gozan mientras trabajan. Hasta
donde sé, esto es cierto: gozan tanto como gozan otros trabajadores que no
están en la tarea equivocada para su vocación, gusto y talento.
También existe la creencia generalizada en que
las trabajadoras sexuales, por el hecho de «gozar mientras trabajan», tienen un pésimo
desempeño como madres, porque «es sabido» (¿?) que las madres son ejemplares
si, y solo «si», se sacrifican por sus hijos, si priorizan las
responsabilidades hogareñas por sobre sus propias aspiraciones y si satisfacen
estrictamente las necesidades de sus hijos.
En otras
palabras: una buena madre debe ser abnegada, sacrificada y preferentemente
mártir, esclava de sus hijos y, si quiere ganar más aprobación, sumisa con su
marido.
Con estas
creencias infectando el cerebro popular, solemos llegar a una conclusión que
dificulta un satisfactorio entendimiento con los empleadores y clientes.
Recordemos,
antes de continuar, que es de los empleadores y de los clientes de quienes
obtendremos el dinero necesario para solventar nuestros gastos, en caso de no
dedicarnos al robo de bancos y demás profesiones afines.
La
confusión que suele originarse entre los roles de «empleadores o clientes» y
«nuestra madre» (pues ambos nos proveen de lo que necesitamos), puede llevarnos
a pensar que nuestros clientes o empleadores son unos «hijos de puta» porque
solo una prostituta es tan egoísta (goza, disfruta, no es abnegada) como para
criar a estos (clientes o empleadores) que me exigen algo (trabajo, mercadería,
puntualidad, etc.) para darme su dinero (sueldo, precio, honorarios).
Por
lo tanto, si «diagnosticamos» a otro como «hijo de puta», intentaremos atacarlo
para modificarle la mezquindad (avaricia, egoísmo, amarretismo, codicia) que
presuntamente heredó de la madre.
(Este es el
Artículo Nº 1.705)
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