lunes, 18 de junio de 2012

¡Cuidado que llegué yo!


Les decía en el artículo titulado El valor de lo que se puede robar  que los fabricantes de celulares (y muchos otros objetos) se aseguran de que haya ladrones interesados en robarlo para aumentar su cotización (comercial y afectiva).

Otro día les decía en el artículo titulado «Me robaron el segundo iPhone»  que un cónyuge fiel se desvaloriza y hasta puede resultar aburrido.

Una de las tantas humoradas famosas de Groucho Marx  (1890 - 1977) dice: "No deseo pertenecer a ningún club que acepte como socio a alguien como yo".

Agrego otro ejemplo que es tan paradójico como los anteriores: Cuando consultamos a un experto, necesitamos no entenderle lo que nos dice.

Efectivamente, si lo que él nos dice es de fácil comprensión, nos ataca un tsunami de escepticismo, desconfianza y hasta paranoia.

Parafraseando a Groucho Marx, nuestra inteligencia quizá diga: «No confió en alguien que yo pueda entender».

Estos ejemplos señalan nuestra vocación por realizar selecciones adversas, nuestra predilección por lo menos conveniente.

En otro artículo anterior titulado Mala puntería  les decía que el efecto óptico llamado refracción (por el que un objeto sumergido en el agua lo vemos en un lugar distinto al que ocupa realmente) es un buen ejemplo de cómo necesitamos corregir aquello que vemos y de modo similar, aquello que pensamos (o elegimos) cuando somos influidos por estas equivocaciones que cometemos con total naturalidad.

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