El instinto de conservación nos impone dos criterios bien fáciles de comprender:
1º. Necesitamos comer.
2º. Necesitamos no ser comidos.
Con el 1º estoy abarcando todo lo que necesitamos del mundo
exterior. Tanto sea comer un vegetal, abrigarnos con la lana de una oveja, que
alguien seque amorosamente nuestras lágrimas.
Con el 2º estoy abarcando todo lo que tenemos que evitar
para que otros no pongan en riesgo nuestra existencia. Tanto sea que un león no
nos coma, que alguien no robe nuestro abrigo, que alguien abuse de nosotros
(explotación, violación, injusta culpabilización).
Lo que tienen en común estos dos criterios que nos impone
nuestro instinto de conservación es la agresividad, en un caso aplicada por
nosotros y en el segundo recibida de otros.
Existe un proverbio que nos paraliza: «No le hagas a los demás lo que no quieras
que otros te hagan a ti».
Si aceptamos que la
naturaleza nos obliga a matar para poder comer (un vegetal o un animal), y que
tenemos que exigir (mediante el llanto, la reclamación gremial, la demanda
judicial) que otros nos entreguen lo que necesitamos, estamos haciendo contra
otros lo que no querríamos padecer.
Sin embargo, no hay
más remedio que transgredir esa norma de hierro, haciéndole a los demás
(vegetales, animales, personas) lo que no nos gustaría que nos hicieran.
La naturaleza nos
obliga a ser incoherentes o estamos definiendo mal qué es ser incoherente.
●●●
No hay comentarios:
Publicar un comentario