Ayer terminé el artículo titulado «Alguien se regaló mi celular» con la oración: «Podría decirse de
ellos [los regalos] que son robos al revés. »
Efectivamente son un truque con una contrapartida de valor
cero. Entrego algo a cambio de nada ... como el ladrón se llevó mi celular sin
pagármelo.
Pero, claro, entre personas inteligentes y con la cultura
suficiente para tener incorporados los criterios de valor y de comparación de
valores, no es
esperable que exista un error como le sucede al ladrón analfabeto.
Por lo tanto debemos suponer que la contrapartida del regalo
existe, sólo que no es
dinero sino que es alguna otra cosa que no parece asociada al regalo inicial.
Efectivamente, esa contrapartida se genera porque quien
recibe el regalo recompensará al regalador algo de valor equivalente, en otra
ocasión y simulando que se trata de un impulso afectivo provocado por el
aprecio que el beneficiado inspira en quien hace el regalo.
En realidad se realiza un trueque simple, pero con un ritual
que permita la ilusión de que entre ambas acciones de regalar no hay
reciprocidad sino pura casualidad.
Esta pantomima se reafirma con teatralizaciones de sorpresa,
alegría ligeramente exagerada, y alguna expresión del tipo «¡Muchas gracias!¡No te hubieras molestado!¡Es
precioso!¡Es justo lo que estaba necesitando!».
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