La revolución industrial
en Iglaterra (siglo 18) enfrentó violentamente a los dueños de las máquinas con
los obreros que se quedaron sin trabajo por «culpa» de ellas.
El hambre convierte a quien la padece en un arma mortífera.
Por eso el robo, el sabotaje, la destrucción y el crimen son reacciones
inevitables.
Los delitos que alguien (usted, yo, cualquier persona) puede
cometer bajo los efectos del hambre sólo son condenables por quienes se
benefician de esa injusta distribución de la riqueza.
Para frenar el caos social que provocó la revolución
industrial, se crearon los sindicatos que le pusieron orden (encauzaron) a los
destructivos impulsos individuales.
En ese contexto histórico (siglo 18), el capitalismo
prometía (amenazaba) que las máquinas explotarían a los seres humanos y por eso
surgió la reacción esperable: el comunismo prometió (creó la esperanza) que
llegaría un día en que los obreros explotarían a las máquinas.
En síntesis: las máquinas automáticas provocaron
desocupación, hambre y la lógica intención de destruir las máquinas.
Algo similar puede estar sucediendo con el cuerpo.
Nuestro cuerpo es una máquina perfecta que la mayoría de las
veces se cura automáticamente.
Esta condición provoca desocupación entre quienes dedican su
vida a sanar enfermedades. El principal competidor de estos trabajadores es ese
automatismo (el sistema inmunológico).
Es lógico pensar que, al igual que aquellos obreros que
atacaron las máquinas automáticas para defender su fuente de trabajo, los
trabajadores de la salud saboteen (procuren atrofiar) la tendencia natural a la
autocuración.
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felicitaciones hasta ahora todos estos artículos han sido muy buenos...en especial este..gracias por toda esa información que nos entretienen...bendiciones
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