sábado, 9 de junio de 2012

Los ladrones nos vigilan


En el artículo de ayer titulado El mensaje de los impuntuales digo que éstos son como son por su incapacidad para administrar su tiempo o para hacernos creer a los demás que son seres superiores. El impuntual, si no es un incapaz, es un arrogante que necesita estar haciendo continuas escenas que pretenden hacernos creer cuán amado y necesario es para otros.

Esta sobrevaloración de sí mismos que padecen los impuntuales también la padecen —aunque de otra forma— los que suponen que sus bienes son muy valiosos y que permanentemente existen ladrones que esperan cualquier descuido para apoderarse de sus objetos.

En este caso la víctima es el propio sujeto (y no como en el caso de los impuntuales donde las víctimas son los que tienen que esperarlos).

Gran parte de la sensación de inseguridad sobre la propiedad privada que padecemos surge por nuestro deseo de ser valiosos.

Es cierto que el retrato de nuestros abuelos es muy valioso para nosotros; es cierto que esa olla sin un asa nos permite cocinar diariamente; el vestido de novia está bien guardado porque tiene un valor enorme.

El error está en suponer que nuestra cotización es universal, que ese retrato enriquecerá a quien logre apropiárselo para luego venderlo en miles de dólares en el mercado de objetos robados.

Si bien es un error de cotización nuestro, la actitud no es equivocada porque contribuye a imaginar cuántas cosas valiosas poseemos y, por asociación, cuán valiosos somos como personas.

En suma: El miedo al robo aumenta nuestra autoestima.

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