La espiritualidad puede ser un recurso muy válido, legítimo y eficiente para facilitarnos la vida, aunque tiene sus costos. Desarrollar la espiritualidad cuesta dinero.
Existe la posibilidad de que esta práctica (la
espiritualidad) esté al servicio de ignorar deliberadamente aspectos de la
realidad que nos resultan muy angustiantes.
En la vida
espiritual todo es posible: los enfermos se curan por un acto de fe, los
muertos resucitan en un más allá, «no hay mal que por bien no venga», alguien
«tuvo una desgracia con suerte», «Dios proveerá».
Este mundo mágico,
con seres inmensamente poderosos, sabios y benefactores (dioses, santos,
ángeles, vírgenes, santas), con desgracias transitorias y reversibles, está en
las antípodas de lo que necesitamos hacer para conseguir el alimento con que
mantenernos vivos, es ineficiente para pagar el alquiler de un lugar donde
pasar la noche, no logra proveernos de los gastos de salud que cada tanto
tenemos que hacer para disminuir nuestro dolor o directamente para seguir vivos
un tiempo más.
Si alguien piensa
que puede ignorar la realidad gratuitamente, se está comportando tan
irresponsablemente como un niño. Los adultos tenemos obligaciones para con
nosotros mismos, para con nuestros hijos y para con la sociedad.
Toda la energía
destinada a no ver las dificultades materiales poniendo mucho énfasis en las
deliciosas fantasías de la espiritualidad, es un derroche tan imperdonable como
quien tira alimentos sabiendo que hay semejantes hambrientos o el que roba a un
desvalido o el que no asiste a un accidentado.
La espiritualidad
es un pasatiempo que sólo tienen derecho a practicarlo quienes ya resolvieron
las cuestiones materiales básicas (comida, vestimenta, salud, alojamiento).
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