Un lector chileno me llamó por teléfono para contarme que
había sido víctima de un hurto con violencia (rapiña).
Dos jóvenes lo habían tirado al suelo de un empellón,
quitándole el dinero, un par de lentes de sol y el calzado deportivo.
Como fue a plena luz del día y en una zona relativamente
concurrida, la segunda sorpresa desagradable que padeció fue que nadie hizo
algo para ayudarlo.
Mis comentarios sobre su peripecia los comparto ahora con
ustedes: Le llevará unos días —quizás semanas— restablecer la estabilidad
emocional que fue alterada por la experiencia traumática; corresponderá que
revea algunos hábitos suyos para disminuir la posibilidades de que esto vuelva
a ocurrirle y deberá asumir que la suerte es algo que nos afecta o nos
beneficia sin que podamos hacer mucho al respecto.
El tema central está en poder reconocer que el derecho a la
propiedad está severamente cuestionado por muchas personas sin que los
gobiernos puedan tomar medidas eficaces sin transgredir compromisos
internacionales que refieren a los derechos humanos.
Quizá la mejor manera de entender estas circunstancias es
compararlas con un quebranto de salud. Por ejemplo, tomamos precauciones para
no contraer una gripe y con ellas logramos disminuir las posibilidades de
enfermarnos pero cada tanto tiempo tendremos que hacer reposo obligado durante
una semana para poder sanarnos.
El chileno me decía indignado: «¿Y por qué yo no puedo tener un coche lujoso si tengo el dinero que
gané con mi trabajo honesto?». Sin dejar de comprender su molestia, me permití
recordarle que si posee ese vehículo se expondrá a que un vándalo le estropee
la pintura rayándolo con una simple moneda, o a que alguien se lo robe para
vender sus piezas, o a que el gobierno le impida conducir a la velocidad para
la que está diseñado.
De modo similar, es
conveniente no desabrigarse para no engriparnos.
La realidad no es como debería ser sino
simplemente como es.
●●●
No hay comentarios:
Publicar un comentario