El trabajo de mi segundo hijo consiste en recorrer permanentemente un enorme sanatorio, con una población estable (entre pacientes y funcionarios) de 1.600 y con una población circulante próxima a las 5.000 personas. Todos los días, esa construcción es testigo o víctima de más de 6.000 actitudes, costumbres, descuidos, robos, vandalismo, reclamaciones, dramas, dolores, alivios, nacimientos, curaciones, fallecimientos, lágrimas y sonrisas.
El edificio fue construido hace más de 60 años y goza de muy
buena salud. Nuestro cuerpo está expuesto a muchos más microorganismos
permanentemente y el sistema inmunógeno logra que ni nos enteremos de sus
intentos de enfermarnos.
Resumiendo, mi segundo hijo trabaja como «sistema inmunógeno» de un edificio.
Claro que esa
población de personas que usan el edificio con diferentes grados de descuido,
no tienen la misma actitud en sus respectivas casas.
Nadie se roba su
propio papel higiénico, ni una canilla del sanitario, ni arranca el pestillo de
una puerta, ni pone un graffiti en una pared de mármol, ni corta el tapizado de
un sillón. Está demostrado que cuidamos de diferente manera lo propio que lo
ajeno.
Cuando nacemos
somos muy vulnerables, nuestros padres nos cuidan hasta que somos fuertes y
podemos defendernos solos, pero sucederá hasta el último día de nuestras vidas
que los demás nos cuidarán menos que nosotros mismos y que nosotros cuidaremos
a los demás menos que a nosotros mismos. Esto es inevitable, con las personas y
con los edificios.
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