En varias ocasiones (1) me he referido a la capacidad metafórica que tiene (o padece) nuestro pensamiento.
Los
poetas son personas que tienen especialmente desarrollado este
funcionamiento-padecimiento.
Para
ellos, el amor es como un pájaro, la vida es un tren que un día llega a
destino, la mujer es un ser mítico, irreal, mágico.
Lejos
de considerar estos apartamientos de la racionalidad como algo peligroso, se
los aplaude, compramos sus libros, alguien les agrega música para que todos
cantemos.
Exactamente
lo mismo ocurre con un delincuente, aunque la respuesta social es exactamente
la contraria.
Los
poetas que hacen metáforas contrarias
a la ley (al bien público, los antisociales), son reprimidos, castigados y
encarcelados ... porque no se han encontrado aún soluciones menos crueles y
antipoéticas.
En
su fuero interno, un ladrón puede estar seguro de que sólo trata de recuperar
lo que le quitaron, lo que se merece por legítimo derecho.
Él
no sabe por qué roba, o quizá dé explicaciones copiadas de lo que otros le
informan, pero inconscientemente está cumpliendo la sentencia del título:
«Quien roba a un ladrón, tiene cien años de perdón».
Los
casos más elocuentes se observan entre personas que no parecen necesitar el
objeto del que se apoderan.
Esos
objetos (artículos de una tienda, vehículos, joyas), seguramente representan
(son metáfora de) el amor que no sienten recibir.
Efectivamente,
un análisis desapasionado, nos llevará a esa conclusión en nueve de cada diez
casos.
El
fenómeno siempre ingresa en un círculo vicioso, porque el delincuente cada vez
recibe más rechazo y —como no sabe lo que está buscando inconscientemente—,
queda atrapado en una conducta, que será irreversible, excepto que las
circunstancias satisfagan su verdadero deseo de amor.
Conclusión: Cuando el amor
frustrado se simboliza, tenemos poesía, pero cuando se actúa, podemos tener
delincuencia.
El adulto con título habilitante
¿Cuánto pesa Urano?
En otoño los árboles tienen calvicie
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