La sabiduría popular nos informa que «la oportunidad hace al ladrón».
La
máxima capacidad de robo de una persona, tiene relación directa con su
desarrollo intelectual y educación.
Otro
aspecto a tener en cuenta, es que los grandes ladrones pueden hacer robos
pequeños (en un supermercado, en un hotel o avión), pero es casi imposible que
un ladronzuelo cometa un gran robo.
Esto
ocurre así porque el ciudadano menos favorecido con inteligencia y
conocimientos, tendrá menos oportunidades (de esas a las que alude la sabiduría popular).
Si
tuviéramos que representar gráficamente la población categorizada por su
inteligencia y cultura, formaríamos un triángulo, con pocas personas en la
parte más angosta y muchas en la más ancha.
Efectivamente,
son más las personas con escasos recursos intelectuales y menos las muy
inteligentes e informadas.
Las
cárceles están llenas de pobres porque todos somos similarmente irrespetuosos
con la propiedad privada.
Si
en una comunidad hay muchos pobres y pocos ricos, como todos somos igualmente
ladrones, la cárcel tendrá una población a escala de la estructura socio-económica
de la población general.
La
cárcel es como la población a la que pertenece, en pequeño. Con un poco más de
fantasía, la población y la cárcel podrían representarse
por una señora junto a su pequeña hija.
Como
todos somos potencialmente delincuentes —aunque la mayoría no lo evidenciamos
porque (felizmente) no hemos tenido las oportunidades suficientes (poca
educación, experiencias estimulantes, ambiente delictivo, necesidades básicas
insatisfechas, familiares a los cuales imitar por amor)—, buscamos evitar esas
oportunidades.
Lo
evitamos tanto como probar drogas estimulantes, participar en una orgía o
experimentar la homosexualidad a ver qué
se siente.
Un
recurso muy generalizado para evitarnos caer en estas tentaciones tan humanas,
es vivir con lo mínimo, disminuyendo nuestra ambición y —en definitiva—,
atenazando nuestro deseo de
progresar.
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