viernes, 6 de julio de 2012

La honestidad del temeroso


Las pérdidas y disgustos que nos provocan los ladrones, se deben a que no conocemos ni a la naturaleza humana ni a nosotros mismos.

Si una persona lava una prenda de ropa recién comprada y observa que ésta perdió el color, la forma y el tamaño, obviamente omitió leer las instrucciones de lavado provista por el fabricante.

Si una persona se zambulle en el océano con el celular en el bolsillo de su traje de baño, lo habrá estropeado y nadie podrá repararlo. Este impetuoso bañista cometió un error mayor que el lavador inexperto porque el sentido común indica que casi ningún teléfono es sumergible.

Si una persona transita por una calle concurrida mientras cuenta el dinero que acaba de sacar del cajero automático, no sería raro que alguien se lo arrebate y huya corriendo. El desprevenido ciudadano cometió el error más grave porque no se conoce a sí mismo.

Y «no se conoce a sí mismo» porque él supone erróneamente que los seres humanos somos naturalmente honestos, excepción hecha de algunos semejantes cuya enfermedad mental incluye el síntoma de apropiarse de bienes ajenos.

Este error de su parte es grave porque está ignorando su propia tendencia a robar siempre que no sea descubierto.

Efectivamente el derecho de propiedad no forma parte del animal humano. Es un rasgo incorporado por la imperatividad cultural, la ley y mediante amenazas disuasivas que sólo pueden ser ignoradas por personas entrenadas expresamente para eso.

Casi todos los ladrones pertenecen a familias o grupos humanos dedicados a tal actividad y sus personalidades están preparadas para enfrentar las medidas represivas creadas por la cultura.

Si alguien facilita —por autodesconocimiento— la tarea de los ladrones, se expone a que la realidad se manifieste tal como es, causándole disgustos y pérdidas posiblemente evitables.

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