Las pérdidas y disgustos que nos provocan los ladrones, se deben a que no conocemos ni a la naturaleza humana ni a nosotros mismos.
Si
una persona lava una prenda de ropa recién comprada y observa que ésta perdió
el color, la forma y el tamaño, obviamente omitió leer las instrucciones de
lavado provista por el fabricante.
Si
una persona se zambulle en el océano con el celular en el bolsillo de su traje
de baño, lo habrá estropeado y nadie podrá repararlo. Este impetuoso bañista
cometió un error mayor que el lavador
inexperto porque el sentido común indica que casi ningún teléfono es
sumergible.
Si
una persona transita por una calle concurrida mientras cuenta el dinero que
acaba de sacar del cajero automático, no sería raro que alguien se lo arrebate
y huya corriendo. El desprevenido ciudadano cometió el error más grave porque no se conoce a sí mismo.
Y
«no se conoce a sí mismo» porque él supone erróneamente
que los seres humanos somos naturalmente honestos, excepción hecha de algunos
semejantes cuya enfermedad mental incluye el síntoma de apropiarse de bienes
ajenos.
Este
error de su parte es grave porque está ignorando su propia tendencia a robar
siempre que no sea descubierto.
Efectivamente
el derecho de propiedad no forma parte del animal
humano. Es un rasgo incorporado por la imperatividad cultural, la ley y
mediante amenazas disuasivas que sólo pueden ser ignoradas por personas
entrenadas expresamente para eso.
Casi
todos los ladrones pertenecen a familias o grupos humanos dedicados a tal
actividad y sus personalidades están preparadas para enfrentar las medidas
represivas creadas por la cultura.
Si
alguien facilita —por autodesconocimiento— la tarea de los
ladrones, se expone a que la realidad se manifieste tal como es, causándole
disgustos y pérdidas posiblemente evitables.
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