miércoles, 11 de julio de 2012

La educación aumenta las exigencias


Lo que cada uno paga para educar a las nuevas generaciones tiene la intención de poder reprimirlas con mayor eficacia.

Existe una frase que parece razonable aunque no sé si lo es tanto.

Ella dice «La ignorancia de la ley no impide su aplicación».

Si la policía atrapa al ladrón cuando está saliendo de una casa cargando un televisor, irá a la cárcel por «tentativa de hurto» y el abogado defensor no podrá alegar ante el juez que el acusado desconocía que está prohibido robar.

Esto parece muy lógico y a nadie se le ocurriría sensatamente discutir la justicia de este criterio.

Las sociedades nos protegemos mejor de nuestras propias dificultades de convivencia si no consideramos como atenuante la ignorancia de la ley.

Quizá arbitraria y dictatorialmente nos hemos puesto de acuerdo en no perdonar la ignorancia para este tipo de asuntos.

Por nuestra parte, las mismas sociedades procuramos que la información sea accesible, tratamos de que existan bibliotecas públicas de acceso gratuito, intentamos contar con un sistema educativo que facilite al máximo el conocimiento de la ciudadanía.

Desde este punto de vista, cuando pagamos los impuestos, estamos colaborando financieramente con la educación de los ciudadanos.

¿Lo hacemos porque somos muy generosos o porque somos muy egoístas?

Lo hacemos porque queremos tener (¿comprar?) la libertad de perseguir y castigar a quienes no cumplan las leyes.

Razonamos así: «Nosotros te ofrecemos la información sobre qué está prohibido y qué está permitido. En este contexto tu desinformación  pasa a ser de tu exclusiva responsabilidad y quedamos autorizados para aplicarte el máximo peso de la ley».

En suma: Lo que pagamos entre todos para educar a los ciudadanos, no es para beneficiarlos sino para que nadie pueda salvarse de los mecanismos represores que deseamos aplicarle a cualquier ciudadano que nos moleste demasiado.

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