Jacques Lacan (1901-1981) fue un psiquíatra, filósofo y psicoanalista francés, demasiado inteligente para entenderlo sin dedicarle años a leer y releer lo que escribió y sin dialogar miles de horas con quienes padecen-disfrutan de una misma pasión: entender al ser humano (empezando por mí).
No solamente propuso valiosas ideas alejadas
del sentido común, sino que dijo cosas que casi nadie quiere saber.
Estaremos de acuerdo con usted en que no hay peor sordo que el que no quiere oír,
y que —por analogía— no hay peor entendedor que el que no quiere entender.
Es
difícil digerir el concepto según el cual, el enamoramiento es siempre
patológico y que en realidad, no sabemos bien a quien amamos.
Nuestro
inconsciente es un escondite de deseos inconfesables, impresentables,
socialmente rechazados por peligrosos.
Esencialmente
no estamos de acuerdo con la propiedad privada, así que, en el fondo (léase: en
el inconsciente), somos todos ladrones, reales o potenciales.
Una
autodefinición que contemplara esta cualidad
humana, diría: «Soy un hombre honesto ... por ahora».
Como
realmente no tenemos una noción de lo que es la muerte, podemos entender que se
murió nuestro perrito que tantos años nos hizo compañía, pero en realidad él
sigue estando en nuestro recuerdo, mirándonos, acomodándose para recibir
nuestras caricias, o saltando cuando llegamos de trabajar.
Más
aún, como entendemos pero a su vez, no entendemos la muerte, queremos matar a
quien nos rayó la pintura del auto recién lavado.
Este
ajusticiamiento extremo y desproporcionado, se justifica porque el vándalo
dejaría de rayarnos el auto, pero en realidad seguiría viviendo para quienes lo
amaban tanto como yo quería (¿o quiero?) a mi perrito.
Si
somos esencialmente delincuentes pero un delgado hilo de coser nos tiene
maniatados para no delinquir, ¿qué podemos saber de esa persona que comparte nuestra cama?
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