jueves, 5 de julio de 2012

Las esposas necesitan esposas


Jacques Lacan (1901-1981) fue un psiquíatra, filósofo y psicoanalista francés, demasiado inteligente para entenderlo sin dedicarle años a leer y releer lo que escribió y sin dialogar miles de horas con quienes padecen-disfrutan de una misma pasión: entender al ser humano (empezando por mí).

No solamente propuso valiosas ideas alejadas del sentido común, sino que dijo cosas que casi nadie quiere saber.

Estaremos de acuerdo con usted en que no hay peor sordo que el que no quiere oír, y que —por analogía— no hay peor entendedor que el que no quiere entender.

Es difícil digerir el concepto según el cual, el enamoramiento es siempre patológico y que en realidad, no sabemos bien a quien amamos.

Nuestro inconsciente es un escondite de deseos inconfesables, impresentables, socialmente rechazados por peligrosos.

Esencialmente no estamos de acuerdo con la propiedad privada, así que, en el fondo (léase: en el inconsciente), somos todos ladrones, reales o potenciales.

Una autodefinición que contemplara esta cualidad humana, diría: «Soy un hombre honesto ... por ahora».

Como realmente no tenemos una noción de lo que es la muerte, podemos entender que se murió nuestro perrito que tantos años nos hizo compañía, pero en realidad él sigue estando en nuestro recuerdo, mirándonos, acomodándose para recibir nuestras caricias, o saltando cuando llegamos de trabajar.

Más aún, como entendemos pero a su vez, no entendemos la muerte, queremos matar a quien nos rayó la pintura del auto recién lavado.

Este ajusticiamiento extremo y desproporcionado, se justifica porque el vándalo dejaría de rayarnos el auto, pero en realidad seguiría viviendo para quienes lo amaban tanto como yo quería (¿o quiero?) a mi perrito.

Si somos esencialmente delincuentes pero un delgado hilo de coser nos tiene maniatados para no delinquir, ¿qué podemos saber de esa persona que  comparte nuestra cama?

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