Sabemos que somos débiles y que debemos cuidarnos.
El instinto de conservación del que estamos
dotados por la naturaleza, es tan bueno y eficiente como nuestros pies, nuestro
hígado o las multifuncionales manos.
Los aspectos comerciales, mercantiles y
lucrativos de nuestra sociedad, incluyen —en el actual sistema capitalista—, la
libre competencia.
Esto significa que los agentes económicos
están autorizados a buscar la ruina y desaparición de quienes se dedican a lo
mismo e intentan compartir el mercado.
Lo digo de otro modo:
Las empresas (personas jurídicas) pertenecen a
seres humanos de carne y hueso (personas físicas).
Pues bien, el sistema de convivencia basado en
la teoría económica capitalista, autoriza a que unas empresas combatan a otras
empresas hasta matarlas, provocarles la quiebra, expulsarlas del mercado.
Aunque utilicemos un vocabulario diferente, en
el fondo esto es lo que ocurre: las personas jurídicas (empresas) están
autorizadas a combatir a otras personas jurídicas, inclusive hasta matarlas.
Por supuesto que estos homicidios dolosos (1)
están reglamentados para darles un baño de legalidad.
Por ejemplo, no está permitido causar daños
físicos, morales o psicológicos; es delito destruir, incendiar, robar u obstruir los accesos; tampoco puede
hacerse publicidad explícitamente contraria.
Es posible comparar a la libre competencia con el boxeo.
Estos deportistas se preparan para hacer
el mayor daño posible y para evitar el mayor daño posible, dentro de ciertas
reglas.
Entre
los practicantes del sexo masculino, no están permitidos los golpes sobre la
parte del cuerpo vestida por el pantalón, no se permite seguir pegándole al
contrincante mientras está caído, se prohíbe morder, etc.
En suma: admitimos la libre
competencia, sin excluir la extinción del semejante. Esta agresividad extrema
está disimulada por el uso de un lenguaje eufemístico (ambiguo) y por normas
que prohíben un salvajismo tan explícito que hiera nuestra sensibilidad.
(1)
Cuando el homicidio se produce por negligencia o descuido, se denomina culposo. Cuando el homicidio es
intencional, se denomina doloso.
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