Los casinos procuran que los apostadores olviden el valor afectivo que pueda tener el dinero que ganaron con esfuerzo.
Uno de ellos lo mencionó y los demás nos
quedamos callados en señal de aprobación: «Nos damos cuenta del valor de las cosas
cuando dejamos de tenerlas».
¿A qué se
referiría nuestro amigo con tan conmovedora declamación? Que yo sepa, no ha
padecido la pérdida de algún familiar o mascota muy queridos.
La
conversación siguió como de costumbre: anécdotas graciosas, política irritante,
chismes de los que no pudieron venir.
Más
adelante me di cuenta el por qué de aquella «conmovedora declamación». Quien la
expresó acababa de ser víctima de un robo en su casa de veraneo y los ladrones
se llevaron un mantelito de sesenta por treinta centímetros, que su abuela
había bordado «como solo una gallega vieja sabe hacerlo».
¡Ah, ahí
estaba la explicación! El hombre había perdido algo que no sabía cuánto
significaba para él hasta que los ladrones se lo quitaron.
Ahora
cambio de tema para volver enseguida.
Antiguamente
los casinos permitían que los clientes hicieran sus apuestas con dinero
corriente, hasta que a alguien se le ocurrió prohibir esta práctica. Desde
entonces los casinos canjean los billetes por fichas de plástico y solo aceptan
apuestas con esas fichas.
¿Por qué
esta ocurrencia?
El malévolo
inventor de esta prohibición se dio cuenta que los apostadores son más
desaprensivos con las fichas que con los billetes porque estos se asocian con
el esfuerzo que les costó ganarlos; las fichas, no.
Retomo el
valor afectivo que tenía aquel mantelito bordado por la abuela. Los apostadores
del casino que tuvieran algún leve afecto por los billetes que ganaron «con el
sudor de sus frentes», no lo tienen por esas fichas que malgastan con
indiferencia y que el casino cobra con entusiasmo.
(Este es el
Artículo Nº 1.602)
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