Es posible pensar que esa muerte que a todos nos espera sea en realidad un castigo por algún delito que cometimos o estamos cometiendo sin darnos cuenta.
En otro artículo (1) hice el siguiente resumen
de su texto: «La
angustia propia del «fenómeno vida» puede ser interpretada como un sentimiento de culpa
provocado por una falta imaginaria».
Lo curioso
de ese artículo está en que el delito puede ser posterior al sentimiento de
culpa, es decir, primero sentimos culpa y después cometemos la falta.
No descarto
la hipótesis de que algunas personas cometan una falta que no pensaban cometer
al sólo efecto de darle coherencia a ese sentimiento de culpa.
Como es
demasiado descabellado, lo diré con un ejemplo: cuando siento esa culpa misteriosa,
inexplicable, injustificada, (inconscientemente) cometo una injusticia, ofendo
sin motivo, robo algo por primera y única vez, perjudico a alguien
aparentemente «porque sí», tan sólo para darle una explicación a ese
sentimiento doblemente incómodo, pues la culpa justificada molesta, pero la
injustificada molesta mucho más.
En suma: delinquir puede ser un alivio para quienes
sienten culpa injustificada.
Ahora les
comento otro caso similar y que puede ser útil para entender que si nos
sentimos culpables inexplicablemente, no tenemos por qué cometer una falta tan
sólo para volverla coherente.
Todos
tenemos presente que en algunas culturas, regiones y épocas, la pena máxima que
se les ha aplicado a los delincuentes es la muerte (pena capital).
Como lo normal
es que no podamos encontrar una buena explicación a la muerte que tarde o
temprano nos ocurrirá y ante la incomodidad que nos provoca ignorar las causas
de lo que nos angustia, entonces es probable que la creencia muy generalizada
de que todos somos pecadores surja porque esa muerte biológica y natural es
interpretada como un castigo.
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