lunes, 16 de julio de 2012

Originalidad terminal


Heráclito era una persona especial, con ideas sacadas de su propia inventiva, incapaz de repetir como propios pensamientos ajenos.

Se preocupaba por sus rasgos demasiado humanos, porque según él decía, eso lo convertía en un verdadero plagiador gráfico y estaba en su ánimo no imitar, no copiar, no robar ni la imagen ni los pensamientos ajenos.

Su estado de ánimo era generalmente bajo porque, aunque gustaba de hablar con la gente, tenía que dedicarse casi exclusivamente a escuchar porque lo ponía de muy mal humor repetir las palabras que alguien hubiera utilizado alguna vez.

Por esto, lo poco que hablaba lo hablaba en voz muy baja, avergonzado según decía, por la imposibilidad de hacerse entender con un lenguaje propio.

Sin embargo algo había logrado porque era un excelente mimo.

Si bien estudió a Marcel Marceau, Charles Chaplin, Jacques Tati,  Buster Keaton y Mr. Bean, se las ingenió para no imitarlos.

Algunos afirmaban que era un respetuoso fundamentalista de la singularidad de cada ser humano, pero sus detractores decían que Heráclito despreciaba a los semejantes.

Estar huyendo de su naturaleza, de su especie, de lo que le resultaba más fácil, lo exponía a grandes sacrificios incluyendo el rechazo de quienes sienten por los diferentes un odio visceral.

A pesar de sus sacrificios, molestias y privaciones, nada se parecía a lo que le ocurrió cuando ya tenía setenta y tres años.

Al cruzar un parque, fue embestido por un joven que se desplazaba velozmente en un skate, escuchando su música estridente.

En pocos minutos aparecieron los paramédicos y comenzó el suplicio.

Efectivamente, nuestro hombre no poseía los valores comunes, esos que los médicos han decretado como los únicos saludables.

Por este motivo, y no por los raspones que sufrió en la caída, lo internaron y comenzaron a llevar todos los niveles orgánicos a lo que era «normal» para la ciencia.

En tres días le habían bajado los niveles de azúcar, de urea, de colesterol y de presión sanguínea.

Él comenzó a arrugarse, literalmente a «desinflarse». El decaimiento era preocupante, pero lo peor ocurrió cuando se vio en el espejo y notó que su anterior aspecto juvenil ahora reflejaba más años que su edad cronológica.

Los médicos no pudieron sacarlo del pozo depresivo y el mimo denunció la docta intolerancia autoeliminándose con una pantomima terminal.

(Este es el Artículo Nº 1.622)

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