Filosofar es una actividad infinitamente desvalorizada en comparación con correr sobre una cinta, levantar cosas pesadas o mirar televisión.
Los taximetristas son personas que suelen
estar un poco más alterados que los albañiles y estos un poco más alterados que
los vendedores de diarios y revistas y estos más alterados que los jubilados
que alimentan palomas en la plaza pública.
El tipo de vida que les tocó colabora para que
las respuestas orgánicas adaptativas tengan esas características. En el
torrente sanguíneo de los taximetristas circula mayor cantidad de adrenalina
que en el torrente de los jubilados.
Los albañiles están muy pendientes de las
herramientas y fundamentalmente de no herirse o caerse.
Los vendedores de diarios suelen estar atentos
a que nadie los robe y los jubilados están pendientes de sus niveles de
colesterol en sangre, de lo cual básicamente se encargan los médicos o sea que
lo importante para ellos es no aburrirse.
Elijo a cualquiera de esos gremios para
hacerles un comentario.
Los taxistas se reúnen un domingo a comer
carne asada para confraternizar pero también para discutir qué marca de
vehículo elegir cuando el gobierno autorice la importación sin impuestos de
nuevas unidades.
Cada uno lleva su posición tomada en el grado
de convicción inamovible porque «no hay como el Mercedes (Benz)», «a Citroën no le gana nadie», «yo de
Hyundai no me muevo».
Todos están
seguros y segurísimos de que la herramienta de trabajo (el vehículo) que conocen, es inmejorable.
Pues bien,
esta discusión divertida, acalorada, enojosa, reflexiva, con chistes, ironías y
alguna agresión que otra, es filosofar.
Filosofar
es evaluar la herramienta de trabajo más
importante de nuestra existencia: pensar.
De cómo
usemos nuestra cabeza depende todo lo demás y filosofar es discutir sobre cuál
es la mejor forma de entender e interactuar con la realidad.
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