En un
artículo publicado recientemente (2), les comentaba que nuestra angustia
provocada por la «inseguridad ciudadana», en realidad está provocada porque nos
ponemos en lugar de la víctima y también
del victimario.
Es
decir que, las emociones que nos provocan algunos problemas ajenos, no obedecen a nuestra bondad,
solidaridad ni otras virtudes, sino que está causada porque nos imaginamos ser
la víctima y el victimario. Sabemos
que tanto podemos ser atacados como atacantes.
El objetivo
de estos comentarios no es cambiar la ocurrencia de los acontecimientos, sino
disminuir una especie de sobre-precio que pagamos cuando sufrimos innecesariamente en
representación de quienes realmente tuvieron la mala suerte de padecer una
pérdida.
En
otras palabras, nuestro desgaste emocional ante las desgracias ajenas, no hace
más que desperdiciar una energía que podríamos aplicar a fines más efectivos.
Se
lo planteo de forma aún más explícita.
Nuestro
vecino es víctima de un robo y podemos apreciar cuán perturbado quedó por el
hecho de que un extraño haya entrado a su casa y por todos los bienes que
deberá comprar nuevamente.
Quienes
se dedican a llorar solidariamente
por la desgracia del vecino, lo único que hacen realmente es construir
mentalmente una escena en la que se erigen como el héroe maravilloso, lleno de
amor hacia el prójimo, dotado de unos sentimientos humanitarios sublimes.
Este
héroe no colabora en nada con el vecino, sino que aprovecha su
desgracia
para divertirse con las fantasías que la situación le provoca.
Lo
que propongo es utilizar la energía de las lamentaciones, ayudando.
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