lunes, 2 de julio de 2012

La desgracia ajena ¿es divertida?



Según parece, el psicoanálisis cumple un rol socialmente pacificador porque le aporta un instrumento al dicho popular «perro que ladra, no muerde», es decir que, cuando las personas podemos hablar (y ser escuchados), disminuyen las probabilidades de que nuestras pasiones antisociales lleguen a cometer actos lamentables (1).

En un artículo publicado recientemente (2), les comentaba que nuestra angustia provocada por la «inseguridad ciudadana», en realidad está provocada porque nos ponemos en lugar de la víctima y también del victimario.

Es decir que, las emociones que nos provocan algunos problemas ajenos, no obedecen a nuestra bondad, solidaridad ni otras virtudes, sino que está causada porque nos imaginamos ser la víctima y el victimario. Sabemos que tanto podemos ser atacados como atacantes.

El objetivo de estos comentarios no es cambiar la ocurrencia de los acontecimientos, sino disminuir una especie de sobre-precio que pagamos cuando sufrimos innecesariamente en representación de quienes realmente tuvieron la mala suerte de padecer una pérdida.

En otras palabras, nuestro desgaste emocional ante las desgracias ajenas, no hace más que desperdiciar una energía que podríamos aplicar a fines más efectivos.

Se lo planteo de forma aún más explícita.

Nuestro vecino es víctima de un robo y podemos apreciar cuán perturbado quedó por el hecho de que un extraño haya entrado a su casa y por todos los bienes que deberá comprar nuevamente.

Quienes se dedican a llorar solidariamente por la desgracia del vecino, lo único que hacen realmente es construir mentalmente una escena en la que se erigen como el héroe maravilloso, lleno de amor hacia el prójimo, dotado de unos sentimientos humanitarios sublimes.

Este héroe no colabora en nada con el vecino, sino que aprovecha su desgracia para divertirse con las fantasías que la situación le provoca.

Lo que propongo es utilizar la energía de las lamentaciones, ayudando.

   

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