Nuestra relación con el «robo» es
afectivamente ambivalente y por esto quedamos expuestos a ser víctimas y/o
cómplices.
En nuestro «teclado afectivo», van muy cerca el amor y
el odio. Somos ambivalentes al mismo tiempo que la incoherencia nos provoca
vértigo, inseguridad, miedo.
En nuestro
«teclado afectivo», van muy cerca el aprecio y el desprecio. A veces sentimos
una íntima simpatía por fenómenos que repudiamos a voz en
cuello.
Quizá hablemos mal de las prostitutas aunque
seamos clientes asiduos de alguna de ellas; hacemos rigurosas recomendaciones
médicas sólo para molestar a otros o para exhibirnos como muy disciplinados,
prolijos y responsables.
En esta misma línea de flagrante incoherencia,
tenemos ante el «robo» actitudes muy ambivalentes.
— El ejemplo más relevante tiene como modelo a
las aventuras de Robin Hood (1), quien robaba a los ricos para repartir entre
los pobres;
— Se llama «ladrón» al cable que toma corriente del tendido eléctrico en
forma clandestina;
—
Denomínase «ladrón» a la clavija que permite derivar la corriente eléctrica a
varios toma-corrientes;
— Decimos «robar» al acto de tomar cartas (o fichas
del dominó) de un mazo, como parte de varios juegos con naipes;
— También
usamos el verbo «robar» para señalar la quita a otras personas, de alegría,
esperanza, futuro, idea, tiempo;
— Se
denomina «robar» a la acción de redondear o quitar con una lima, la agudeza a
una punta;
— Suena muy
romántico decir que alguien «le robó el corazón» a otra persona.
Con esta
lista incompleta de alusiones simpáticas hacia «el robo», que se suman a la ya
mencionada del mítico personaje Robin Hood, quiero demostrar que nuestro ánimo
no es nada categórico ante un hecho que nos perjudica, nos empobrece y altera
la convivencia porque transgrede el derecho a la propiedad privada.
En suma: Esta específica indefinición afectiva nos
expone a ser víctimas y/o cómplices.
(Este es el
Artículo Nº 1.562)
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