Nicanor Jaimito es un personaje de ficción que acabo de inventar para contarles algo de nuestra psiquis.
Se trata de un delincuente, que tiene en jaque
a la ciudad donde vive, porque es capaz de cometer toda clase de excesos,
atropellos, abusos.
La policía de la ciudad lo persigue, ha puesto
su fotografía en los muros, las columnas del alumbrado, en las oficinas
gubernamentales.
Pero esto es inútil dada su increíble
habilidad para disfrazarse.
Como nuestra imaginación y fantasía es capaz
de ir un poco más allá de la realidad, sabemos que Nicanor Jaimito puede
cambiar de estatura, de volumen, de sexo, la manera de caminar, el color de sus
ojos, el timbre de voz, la cantidad y color de su cabellera.
El caso de este mal ciudadano es tan
preocupante —y a la vez tan fascinante—, que en la universidad estatal han
creado una asignatura para los estudiantes terciarios de criminología y
psicopatologías.
Ahora volvamos a usted y a mí.
Este personaje recién inventado,
representa —nada más ni nada menos— a un
pensamiento, una idea, un deseo que tuvo que esconderse en el
inconsciente por apetecer la homosexualidad, el incesto, la criminalidad, el
robo, y un exuberante etc.
Tuvo que esconderse, porque la moral lo
consideró antisocial e impresentable.
Nuestro deseo del tipo Nicanor Jaimito, quiere actuar, quiere llegar a nuestra conciencia
y satisfacerse, pero sabe que nuestra moral (policía), lo encarcelaría,
entonces se presenta disfrazado de mil formas:
Quien lo tiene en su inconsciente, dice por
ejemplo: «no soporto la poligamia», «me opongo a la pena de muerte», «odio a los homosexuales».
Y estos sólo son sus disfraces menos creativos. Los más
creativos, pueden consistir en ser abogado en
vez de pendenciero, bancario en vez de
asaltante, cirujano
en vez de criminal, y un exuberante «etc.».
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