Lo más adecuado es ayudar, apoyar y defender a aquellos ciudadanos que sean tan capaces, productivos y generosos como la buena tierra.
En otro artículo (1) les comento que los humanos
con deseos de progreso, especialmente material, tendrían que tener en cuenta
que nuestro mayor esfuerzo debería estar destinado a favorecer el enriquecimiento
de personas productivas o muy productivas.
A
los efectos de explicar esta idea imagino que las personas estamos dotadas de
diferentes niveles de productividad de manera similar (comparable) a lo que
ocurre con la potencialidad agroeconómica de los distintos terrenos según su
espesor, consistencia, porosidad y composición química.
Un
agricultor que trabaje sobre un suelo fértil y generoso tendrá mayor
rendimiento de su esfuerzo mientras que otro, con similar esfuerzo pero en un
terreno de baja productividad, podrá cosechar menos frutos.
Es
posible afirmar que las personas son generosas o mezquinas según cuánto
esfuerzo tengan que realizar para obtener lo que necesitan para vivir
dignamente. Quienes tienen la habilidad o la suerte de ganar dinero
cómodamente, padecen menos resistencias para compartirlo.
Los
avaros son un caso aparte y felizmente son los menos.
Usted
y yo también podemos ser comparados con el suelo cultivable:
—
algunos aman el trabajo, les encanta participar, colaborar, no están
obsesionados con las ganancias, confían en los demás y disfrutan dando lo mejor
de sí;
—
otros —por el contrario—, no disfrutan trabajando, han tenido malas
experiencias asociándose o cooperando y desconfían de la honestidad ajena,
temen ser robados, abusados, explotados, burlados, estafados.
Así
como es apasionante luchar por una ideología, una creencia, una convicción,
también es posible hacer eso mismo procurando el enriquecimiento de quien
demuestre capacidad productiva, generadora de riqueza y se complazca en
repartir sus utilidades con los colaboradores que sean tan dadivosos como la
tierra fértil.
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