La muerte, a pesar de la
antipatía que genera porque nos provoca sentimientos dolorosos, es la que nos
permite seguir vivos, entre otros motivos porque el planeta es como un frasco
hermético que navega en el cosmos, con un volumen fijo que oficia de límite
para nuestra expansión.
Sin embargo, si estamos de
acuerdo en que la Tierra tiene el mismo volumen que hace millones de años
(acrecentado mínimamente por los meteoritos que traspasan la atmósfera y quedan
incorporados al volumen total), entonces no podemos decir que más personas
implicaría más volumen terráqueo.
Lo que sí ocurre es que el
aumento de cualquier población, lo que hace es transformar material inerte
(minerales, agua) en materia viva.
Cuando comemos una
hortaliza, transformamos en moléculas humanas las moléculas vegetales que
anteriormente habían transformado en células vivas los minerales inertes que
extrajo de la tierra donde estaba plantada.
En suma 1: un aumento de seres vivos no
expande el planeta sino que solamente le cambia su composición.
Pero no solo la muerte
favorece la vida y no es precisamente la generación de espacio provocada por la
muerte la que estimula el fenómeno vida.
Las empresas de demolición
se dedican a destruir edificios (¿matar?) para generar nuevas construcciones
que dan ocupación de mano de obra y nuevas locaciones para alojar mayores
poblaciones.
Los antisociales vandálicos
que destrozan bienes públicos, también generan mano de obra para su reparación.
Los ladrones obligan a sus
víctimas a trabajar más para reponer lo que perdieron.
La lucha contra la
inseguridad ciudadana (guardias, cerrajería, seguros, alarmas) estimula una
serie de actividades que aumentan el Producto Bruto Interno (PBI) de un país.
En suma 2: Muchos fenómenos tan antipáticos
como la muerte estimulan indirectamente a la simpática vida.
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