domingo, 8 de julio de 2012

¿Todos somos culpables (pecadores)?


Ante un hecho delictivo, atendemos al victimario y olvidamos a la víctima.

«Hecha la ley, hecha la trampa» dice el proverbio. Con esta afirmación accedemos a la tranquilidad de que, salvo error u omisión, podemos delinquir sin ser alcanzados por la ley.

Este refrán es una potente estímulo para quienes cuentan como su principal fuente de ingresos en matar, robar, estafar.

El sentimiento de justicia que nos enseñan cuando ingresamos a la vida es mucho más optimista, casto, puro.

Los padres, maestros, libros, cine, no se cansan de decir y «demostrar» que los bandidos siempre son apresados por una policía que está deseosa de salir corriendo de sus autos, sudar, luchar cuerpo a cuerpo arriesgando sus vidas, exponerse a violar los reglamentos, con tal de apresar al supuesto culpable.

Claro que no faltan los pesimistas, negativos o malintencionados que susurran «Quien tiene dinero suficiente, es inocente».

Personas que parecen buenos ciudadanos asesoran ante algún problema legal que todo dependerá de la habilidad del abogado defensor y de quién sea el juez que trate el caso.

¡Caramba! En algo tan delicado como es la cuestión legal ¿hay más de una biblioteca? Ante un mismo delito, alguien puede ser castigado y otro absuelto. ¡A nosotros nos habían informado otra cosa!

Además, si sabemos que todos necesitamos ser amados, reconocidos, mirados, observados, cuando las circunstancias crean una víctima y un victimario, toda la atención recae sobre este último. Quien sufrió el daño es abandonado, sólo se preocupan por él los seres queridos que pueda tener, pero toda la atención, el protagonismo, las cámaras y micrófonos se concentran en el supuesto culpable.

Recordemos que en nuestra cultura, por definición judeo-cristiana, todos somos culpables, pecadores y deudores, por lo tanto, si con alguien nos vamos a identificar es con el delincuente. La víctima, algo habrá hecho.

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