La represión violenta, el encierro y otras mortificaciones
de los delincuentes, se inspiran en creencias primitivas, indígenas, religiosas,
supersticiosas.
En otro artículo (1) digo textualmente:
«El negocio (se refiere al robo y venta de objetos robados) funciona
desde que el mundo es mundo porque hay una asociación implícita entre ladrones
y compradores de objetos robados, esto es, personas que compran objetos diez
veces más baratos que su valor de mercado, sin preguntarse por qué esa diferencia
y sin preocuparse por ser cómplices.»
Los delitos
contra la propiedad excitan fuertemente nuestros sentimientos morales y esta
agitación emocional es el peor estado intelectual para razonar serenamente.
No podemos
pensar con ecuanimidad si estamos perturbados por diagnósticos firmes del tipo
«los delincuentes deben ser castigados», «los culpables de la inseguridad
ciudadana son...», «queremos erradicar definitivamente este tipo de hechos
...».
Desde mi
punto de vista la delincuencia es un fenómeno tan natural como la lluvia, el
viento, los terremotos.
Todos
provocan grandes pérdidas y son parte del costo de estar vivos. Tenemos que
protegernos de las inundaciones, de los sismos, de los derrumbes, de las
acciones de otros humanos, de los virus, de los desarreglos orgánicos que ponen
en riesgo nuestra calidad de vida.
Estos y una
larga lista, son «costos de existencia», que deben ser evitados para que no
ocurran o compensados si ya ocurrieron.
Los
criterios morales, éticos y religiosos aportan una suerte de alivio imaginario,
pues creemos que el fenómeno natural del robo se compensará ampliando la
capacidad de las cárceles o suponiendo que los victimarios algún día serán
juzgados por Dios.
En suma: nos aliviamos imaginando, soñando,
ilusionándonos, como hacen quienes matan al mejor chivo (expiatorio) para
aplacar la ira de un dios que los castiga con fenómenos naturales adversos.
Nuestra
modernidad conserva ideas, creencias y soluciones primitivas.
Blog vinculado: Vivir duele
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