Los celos están justificados aunque éticamente son tan humillantes como la apropiación de un ser humano por otro, como si fuera un objeto (cosa).
Existen algunos argumentos que justifican la
cultura, es decir, ese conjunto de usos y costumbres que en gran medida
cuestionan, combaten y logran anular el menú instintivo que poseemos como los
demás animales.
Uno de los argumentos más influyentes destaca
nuestra vulnerabilidad, debilidad, premadurez, es decir, el desvalimiento que
tenemos y que nos obliga a protegernos, vivir en comunidades con instituciones
que nos protejan de los fenómenos naturales incluidas nuestras propias acciones
antisociales y antihumanas que en algunos son particularmente peligrosas.
La cultura instaló el derecho de propiedad
según el cual los ciudadanos podemos ejercer el uso y abuso sobre ciertos
objetos en forma exclusiva, por ejemplo, puedo hacer con mi guitarra lo que
desee.
El instinto no piensa lo mismo. Para nuestro
inconsciente, para nuestra esencia más profunda, el planeta y sus contenidos no
tienen dueño y todos podemos tomar de él lo que necesitemos.
Del conflicto entre la cultura (derecho a la
propiedad) y el instinto según el cual no existen propietarios exclusivos de
nada, surgen los delitos (1), que en este caso son, por ejemplo, robo, defalco,
apropiación indebida, usurpación.
Para ganar el dinero necesario para subsistir,
podemos actuar dentro o fuera de la cultura.
Los resultados no ofrecen dudas: la vida fuera
de la cultura es muy precaria y dentro de ella puede llegar a ser digna.
Los celos son tan naturales, primitivos e
instintivos como el deseo de robar.
Como la persona celosa imagina que su ser
querido le pertenece y la cultura dice que ningún ser humano puede ser propiedad
de otro, entonces:
Una persona celosa está fuera de la cultura y
se expone a una vida precaria.
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